VERGÜENZAS RETROSPECTIVAS
Sobre algunos argentinos piolas
El reciente alboroto alrededor de Yacimientos Petrolíferos Fiscales y
un juicio megamillonario trajo a mi memoria otro caso en que un argentino
“vivo” quiso hacer las cosas por izquierda, y así le fue. Ocurrió en 1992 y
seguí el asunto para La Razón, el
diario vespertino en el que por entonces estaba conchabado: fueron tres
artículos que, con muy ligeras correcciones, reproduzco a continuación. Como
decía Félix Luna, todo es historia.
Uno
Que el film cien por ciento argentino Un lugar en el mundo se
presente como uruguayo ante la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de
Hollywood a fin de entrar en la preselección para los premios Oscar, se
constituye en una de las noticias más absurdas de las muchas que llegan día
tras día a una redacción periodística.
A la hora de elegir un título
para representar al país ante la Academia y ser postulado para el premio “al
mejor film hablado en lengua extranjera” –que se obtuvo por primera y única vez
en 1986, con La historia oficial–, el Instituto Nacional de
Cinematografía derivó la decisión del voto en las comisiones directivas de
cinco entidades: Directores Argentinos Cinematográficos, el Sindicato de la
Industria Cinematográfica Argentina, la Asociación Argentina de Actores, la
Cámara Argentina de la Industria Cinematográfica y la Asociación Argentina de
Productores Cinematográficos. El más votado resultó El lado oscuro del
corazón, el exitoso film escrito y dirigido por Eliseo Subiela.
Un lugar en el mundo, producido, escrito y dirigido por Adolfo Aristarain, ostenta por lo menos tantos méritos como el de Subiela para aspirar a ése o cualquier otro premio. Ocurre que la Academia sólo acepta un film por país extranjero, y que la votación fue clara: sea por la razón que fuera, el elegido fue el de Subiela. Aristarain, que estuvo en Los Angeles haciendo lobby junto con su socio Peter Marai –un argentino de vaga nacionalidad centroeuropea, desde hace varios años radicado en esa ciudad, y que ya fue productor asociado en el largo anterior de Aristarain, The stranger–, buscó la manera de entrar en la preselección, y la encontró.
Su mujer, la vestuarista y
coargumentista Kathy Saavedra, y una financista asociada, Mirna Rosales,
nacieron en el Uruguay, casualidad que enarboló ante la Academia para
justificar la doble nacionalidad. Un aliado, el escritor uruguayo Eduardo
Galeano –cuyo voto como jurado le ayudó a ganar la Concha de Oro en el Festival
de San Sebastián de este año–, interesó en el caso a Manuel Martínez Carril,
prestigioso crítico montevideano y presidente de la Cinemateca Uruguaya: esta
entidad será la que presente en forma oficial el film de Aristarain ante la
Academia. Que los estadounidenses lo acepten aún está por verse. Lo singular es
que el Uruguay, se sabe, no produce cine de largometraje.
Para apoyar esta medida se recordaron
dos antecedentes: en 1976, Negro y blanco en color (dir. Jean-Jacques
Annaud) ganó el Oscar representando a Costa de Marfil; en 1983, El baile
(dir. Ettore Scola) entró en las candidaturas –pero no lo obtuvo– ostentando la
bandera argelina. La diferencia reside en que el film de Annaud es oficialmente
una coproducción entre Francia, la República Federal Alemana y Costa de Marfil
y el de Scola es, también de manera oficial, una coproducción
franco-ítalo-argelina. A pesar de las colaboradoras orientales y de la
presencia españolísima de José Sacristán, Un lugar en el mundo es un
film argentino hasta la muerte. La doble nacionalidad argentino-uruguaya, o la
radical presentación como uruguayo son apenas estratagemas que, no obstante,
hablan con elocuencia de la voluntad de los amigos de la Cinemateca Uruguaya de
ayudar a un cineasta prestigioso y, de paso, obtener para su país un lugar en
el mundo del cine: Hollywood.
A pesar de las bravuconadas de
Aristarain contra el dominio ejercido por el cine estadounidense ante el resto
del mundo, su postura como espectador y sus films mismos hablan de una clara
fascinación por aquella industria, en cuyo sistema intentó ingresar en 1986,
cuando produjo y dirigió The stranger en sociedad con un productor
independiente, Michael Nolin, y con financiación de la Columbia. El asunto
fracasó por injerencias de la Columbia, que remontó el film a disgusto del
realizador, lo estrenó oscuramente y resultó un fiasco en las taquillas.
El deseo de Aristarain de ganar el Oscar, o al menos de intentarlo, resulta así más coherente que el de algunos colegas suyos como, por ejemplo, Fernando Ezequiel Solanas, cuyo discurso cinematográfico y político siempre tuvo un cariz antiimperialista, por completo olvidado cuando uno de sus libelos (El exilio de Gardel o Sur, da lo mismo) tuvo la posibilidad de competir por el Oscar: nadie escuchó a Solanas decir “no, gracias” a esa posibilidad, sino que la aceptó con palabras formales mientras su corazón, con seguridad, cosquilleaba alegremente. [“Un lugar en el Oscar”, miércoles 9.12.1992. La victoire en chantant / Noirs et blancs en couleur / Sehnsucht nach Afrika (Negro y blanco en color, F/Costa de Marfil/RFA, 1976, dir. Jean-Jacques Annaud); Le bal / Ballando ballando / Le bal (El baile, F/I/ARG, 1983, dir. Ettore Scola)].
Dos
Los amigos uruguayos deben estar saltando de contentos: a las doce del
mediodía se conocieron las primeras candidaturas al Oscar 1992 [...] y Un
lugar en el mundo figura entre los candidatos. [...] Aferrándose con el
dedo meñique al hecho de que su coargumentista y vestuarista Kathy Saavedra
(esposa de Aristarain) y una de sus productoras asociadas nacieron en el
Uruguay, Aristarain y su socio Osvaldo Papaleo gestionaron por intermedio del
escritor Eduardo Galeano y de la Cinemateca Uruguaya la postulación del film
representando al –como se suele decir– país hermano. La polémica tal vez
crecerá de hoy en más, ya que mientras algunos uruguayos lo considerarán un
triunfo nacional, otros, como un par de periodistas lo hicieron saber en la
reciente muestra de cine español en Punta del Este, sienten que la Argentina
los utilizó como útero. Lo cual no deja de ser cierto, sólo que en todo caso no
se trata de la Argentina sino de algunos argentinos, más rápidos que otros.
Un
lugar en el mundo, es preciso
decirlo, tiene méritos suficientes para ganar la competencia: narra una
historia de solidaridad humana, muy al gusto de los votantes estadounidenses,
tiene un acabado técnico correcto, actuaciones dignísimas y algunas de sus
improbabilidades argumentales y de sus contradicciones ideológicas seguramente
serán obviadas por desconocimiento del idioma y del terreno. Por otro lado, su
única competencia fuerte la establece con Indochina, el espectacular
film francés de Regis Warnier, que viene precedido de excelentes críticas. Los
tres films restantes en el rubro son menos conocidos: el ruso Cerca del
Paraíso, el alemán Schtonk y el belga Daens. [“Un lugar en
el mundo entró en carrera”, miércoles 17.2.1993. Indochine
(Indochina, F, 1991, dir. Régis Warnier); Ypral / Urga (Cerca
del Paraíso, URSS/F, 1991, dir. Nikita Mijalkov); Schtonk! (RFA, 1991, dir. Helmut Dietl); Daens /
Daens / Priest Daens (BEL/F/HOL, 1992, dir. Stijn Coninx)].
Tres
En una modesta película argentina de 1951 titulada Mala gente,
dividida en tres episodios dirigidos por Don Napy, un par de malandras consigue
venderle un tranvía al ingenuo de Tato Bores. El tranvía en cuestión está en
plena actividad y cuando Bores, tras haber gastado todos sus ahorros, intenta
tomar posesión, el guarda, los pasajeros y hasta el vigilante de la esquina lo
bajan a patadas.
El fatigado show
argentino-uruguayo montado para que Un lugar en el mundo acceda,
representando al Uruguay, a las postulaciones para el Oscar al Mejor Film en
Lengua Extranjera tuvo el final previsto. Lo cual es lamentable, porque el film
de Adolfo Aristarain tiene algunos sólidos valores que lo convertían en
candidato seguro a ganar el premio. La descalificación de la Academia de Artes
y Ciencias Cinematográficas de Hollywood no tiene que ver con su calidad sino
con el procedimiento irregular gracias al cual llegó hasta donde llegó. En
algo, al menos, Aristarain obró con coherencia: en un reportaje concedido a la
revista El Amante (abril 1992) declaraba “yo estoy en la izquierda, no
soy peronista, no fui nunca infiltrado”. Bien, en este asunto obró por
izquierda y, obviamente, no consiguió infiltrarse.
La peregrina idea de
inventarle al film una doble nacionalidad prendida con alfileres habla no sólo
de la muy mentada viveza criolla, lo cual sería anecdótico y hubiera servido
para que, de ganar el Oscar, Aristarain recibiera las palmadas cancheras de los
muchachos de su barrio, sino también de la arrogancia y la soberbia de querer
“pasar” nada menos que a la severa Academia. Es indudable que ésta fue engañada
en su buena fe, y su presidente Robert Rheme dejó bien en claro, en el
comunicado oficial, que “preferiríamos haberla tenido en nuestra competición”
ya que “ésta es la clase de film que nos gusta descubrir y sobre los que nos
gusta llamar la atención al mundo entero”. Touche. La Academia gusta del
film, sea éste argentino, uruguayo o tailandés, pero la Academia tiene
reglamentos internos y “si ignoramos nuestras propias reglas de calificación,
estaríamos alentando a los directores para que entraran en la categoría
levantando banderas de conveniencia”.
Lo lamentable, además, es que una institución tan prestigiosa como la Cinemateca Uruguaya, o gente de trayectoria intachable como su presidente, Manuel Martínez Carril, se hayan prestado tan irreflexiblemente al juego de Aristarain. Con ese criterio, todos los films interpretados por Santiago Gómez Cou, Walter Vidarte, China Zorrilla y “Pinocho”, dirigidos por Rubén Cavallotti o escritos por Jacobo Langsner serían asimismo argentino-uruguayos, lo cual es un disparate.
De acuerdo a sus declaraciones
del jueves, Aristarain y su socio Osvaldo Papaleo deberían ser canonizados,
pobres angelitos: la culpa, en verdad, la tienen los mexicanos del film Como
agua para el chocolate, que aspiraba a una candidatura y que sopló a gente
de la Academia que Un lugar en el mundo era cien por ciento argentino; o
bien, la culpa la tiene la Academia misma por no haberse avivado antes de la
trampa (“no hemos sido notificados y eso es grave”, se ofendió Papaleo sin
avergonzarse); o mejor, la culpa la tienen los periodistas por “la cantidad de
rumores que se desataron en la Argentina y en el Uruguay al conocerse la
postulación”, como dijo Luis Puenzo, presidente de Directores Argentinos
Cinematográficos y experto en el tema, puesto que es miembro de la Academia. La
culpa la tuvo el otro, como el film de Luis Sandrini. Aristarain y Papaleo
pretenden apelar la medida de la Academia, aunque una entidad tan conservadora
difícilmente haga lugar a la misma. El Instituto Nacional de Cinematografía,
por su parte, emitió ayer por la tarde un comunicado de prensa en el que
detalla los antecedentes del caso y deslinda responsabilidades, como es lógico.
Aristarain impactó con sus muy
buenos films La parte del león, La playa del amor, La
discoteca del amor, Tiempo de revancha y Ultimos días de la
víctima (1978 a 1982) y también por algunos reportajes en los que demolía
la obra de buena parte de sus colegas, incluyendo a Leopoldo Torre Nilsson:
ahora, parece haberle llegado el turno de sufrir. Que vaya a quejarse al
Uruguay. [“La culpa la tuvo el otro”, sábado 27.2.1993. Como
agua para chocolate (idem, MX, 1992, dir. Alfonso Arau)].