domingo, 6 de julio de 2025

VERGÜENZAS RETROSPECTIVAS

Sobre algunos argentinos piolas

El reciente alboroto alrededor de Yacimientos Petrolíferos Fiscales y un juicio megamillonario trajo a mi memoria otro caso en que un argentino “vivo” quiso hacer las cosas por izquierda, y así le fue. Ocurrió en 1992 y seguí el asunto para La Razón, el diario vespertino en el que por entonces estaba conchabado: fueron tres artículos que, con muy ligeras correcciones, reproduzco a continuación. Como decía Félix Luna, todo es historia.

Uno

Que el film cien por ciento argentino Un lugar en el mundo se presente como uruguayo ante la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood a fin de entrar en la preselección para los premios Oscar, se constituye en una de las noticias más absurdas de las muchas que llegan día tras día a una redacción periodística.

   A la hora de elegir un título para representar al país ante la Academia y ser postulado para el premio “al mejor film hablado en lengua extranjera” –que se obtuvo por primera y única vez en 1986, con La historia oficial–, el Instituto Nacional de Cinematografía derivó la decisión del voto en las comisiones directivas de cinco entidades: Directores Argentinos Cinematográficos, el Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina, la Asociación Argentina de Actores, la Cámara Argentina de la Industria Cinematográfica y la Asociación Argentina de Productores Cinematográficos. El más votado resultó El lado oscuro del corazón, el exitoso film escrito y dirigido por Eliseo Subiela.

José Sacristán, Federico Luppi y Gastón Batyi

   Un lugar en el mundo, producido, escrito y dirigido por Adolfo Aristarain, ostenta por lo menos tantos méritos como el de Subiela para aspirar a ése o cualquier otro premio. Ocurre que la Academia sólo acepta un film por país extranjero, y que la votación fue clara: sea por la razón que fuera, el elegido fue el de Subiela. Aristarain, que estuvo en Los Angeles haciendo lobby junto con su socio Peter Marai –un argentino de vaga nacionalidad centroeuropea, desde hace varios años radicado en esa ciudad, y que ya fue productor asociado en el largo anterior de Aristarain, The stranger–, buscó la manera de entrar en la preselección, y la encontró.

   Su mujer, la vestuarista y coargumentista Kathy Saavedra, y una financista asociada, Mirna Rosales, nacieron en el Uruguay, casualidad que enarboló ante la Academia para justificar la doble nacionalidad. Un aliado, el escritor uruguayo Eduardo Galeano –cuyo voto como jurado le ayudó a ganar la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián de este año–, interesó en el caso a Manuel Martínez Carril, prestigioso crítico montevideano y presidente de la Cinemateca Uruguaya: esta entidad será la que presente en forma oficial el film de Aristarain ante la Academia. Que los estadounidenses lo acepten aún está por verse. Lo singular es que el Uruguay, se sabe, no produce cine de largometraje.

   Para apoyar esta medida se recordaron dos antecedentes: en 1976, Negro y blanco en color (dir. Jean-Jacques Annaud) ganó el Oscar representando a Costa de Marfil; en 1983, El baile (dir. Ettore Scola) entró en las candidaturas –pero no lo obtuvo– ostentando la bandera argelina. La diferencia reside en que el film de Annaud es oficialmente una coproducción entre Francia, la República Federal Alemana y Costa de Marfil y el de Scola es, también de manera oficial, una coproducción franco-ítalo-argelina. A pesar de las colaboradoras orientales y de la presencia españolísima de José Sacristán, Un lugar en el mundo es un film argentino hasta la muerte. La doble nacionalidad argentino-uruguaya, o la radical presentación como uruguayo son apenas estratagemas que, no obstante, hablan con elocuencia de la voluntad de los amigos de la Cinemateca Uruguaya de ayudar a un cineasta prestigioso y, de paso, obtener para su país un lugar en el mundo del cine: Hollywood.

   A pesar de las bravuconadas de Aristarain contra el dominio ejercido por el cine estadounidense ante el resto del mundo, su postura como espectador y sus films mismos hablan de una clara fascinación por aquella industria, en cuyo sistema intentó ingresar en 1986, cuando produjo y dirigió The stranger en sociedad con un productor independiente, Michael Nolin, y con financiación de la Columbia. El asunto fracasó por injerencias de la Columbia, que remontó el film a disgusto del realizador, lo estrenó oscuramente y resultó un fiasco en las taquillas.

Adolfo Aristarain

   El deseo de Aristarain de ganar el Oscar, o al menos de intentarlo, resulta así más coherente que el de algunos colegas suyos como, por ejemplo, Fernando Ezequiel Solanas, cuyo discurso cinematográfico y político siempre tuvo un cariz antiimperialista, por completo olvidado cuando uno de sus libelos (El exilio de Gardel o Sur, da lo mismo) tuvo la posibilidad de competir por el Oscar: nadie escuchó a Solanas decir “no, gracias” a esa posibilidad, sino que la aceptó con palabras formales mientras su corazón, con seguridad, cosquilleaba alegremente. [“Un lugar en el Oscar”, miércoles 9.12.1992. La victoire en chantant / Noirs et blancs en couleur / Sehnsucht nach Afrika (Negro y blanco en color, F/Costa de Marfil/RFA, 1976, dir. Jean-Jacques Annaud); Le bal / Ballando ballando / Le bal (El baile, F/I/ARG, 1983, dir. Ettore Scola)].

Dos

Los amigos uruguayos deben estar saltando de contentos: a las doce del mediodía se conocieron las primeras candidaturas al Oscar 1992 [...] y Un lugar en el mundo figura entre los candidatos. [...] Aferrándose con el dedo meñique al hecho de que su coargumentista y vestuarista Kathy Saavedra (esposa de Aristarain) y una de sus productoras asociadas nacieron en el Uruguay, Aristarain y su socio Osvaldo Papaleo gestionaron por intermedio del escritor Eduardo Galeano y de la Cinemateca Uruguaya la postulación del film representando al –como se suele decir– país hermano. La polémica tal vez crecerá de hoy en más, ya que mientras algunos uruguayos lo considerarán un triunfo nacional, otros, como un par de periodistas lo hicieron saber en la reciente muestra de cine español en Punta del Este, sienten que la Argentina los utilizó como útero. Lo cual no deja de ser cierto, sólo que en todo caso no se trata de la Argentina sino de algunos argentinos, más rápidos que otros.

   Un lugar en el mundo, es preciso decirlo, tiene méritos suficientes para ganar la competencia: narra una historia de solidaridad humana, muy al gusto de los votantes estadounidenses, tiene un acabado técnico correcto, actuaciones dignísimas y algunas de sus improbabilidades argumentales y de sus contradicciones ideológicas seguramente serán obviadas por desconocimiento del idioma y del terreno. Por otro lado, su única competencia fuerte la establece con Indochina, el espectacular film francés de Regis Warnier, que viene precedido de excelentes críticas. Los tres films restantes en el rubro son menos conocidos: el ruso Cerca del Paraíso, el alemán Schtonk y el belga Daens. [“Un lugar en el mundo entró en carrera”, miércoles 17.2.1993. Indochine (Indochina, F, 1991, dir. Régis Warnier); Ypral / Urga (Cerca del Paraíso, URSS/F, 1991, dir. Nikita Mijalkov); Schtonk! (RFA, 1991, dir. Helmut Dietl); Daens / Daens / Priest Daens (BEL/F/HOL, 1992, dir. Stijn Coninx)].

Tres

En una modesta película argentina de 1951 titulada Mala gente, dividida en tres episodios dirigidos por Don Napy, un par de malandras consigue venderle un tranvía al ingenuo de Tato Bores. El tranvía en cuestión está en plena actividad y cuando Bores, tras haber gastado todos sus ahorros, intenta tomar posesión, el guarda, los pasajeros y hasta el vigilante de la esquina lo bajan a patadas.

   El fatigado show argentino-uruguayo montado para que Un lugar en el mundo acceda, representando al Uruguay, a las postulaciones para el Oscar al Mejor Film en Lengua Extranjera tuvo el final previsto. Lo cual es lamentable, porque el film de Adolfo Aristarain tiene algunos sólidos valores que lo convertían en candidato seguro a ganar el premio. La descalificación de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood no tiene que ver con su calidad sino con el procedimiento irregular gracias al cual llegó hasta donde llegó. En algo, al menos, Aristarain obró con coherencia: en un reportaje concedido a la revista El Amante (abril 1992) declaraba “yo estoy en la izquierda, no soy peronista, no fui nunca infiltrado”. Bien, en este asunto obró por izquierda y, obviamente, no consiguió infiltrarse.

   La peregrina idea de inventarle al film una doble nacionalidad prendida con alfileres habla no sólo de la muy mentada viveza criolla, lo cual sería anecdótico y hubiera servido para que, de ganar el Oscar, Aristarain recibiera las palmadas cancheras de los muchachos de su barrio, sino también de la arrogancia y la soberbia de querer “pasar” nada menos que a la severa Academia. Es indudable que ésta fue engañada en su buena fe, y su presidente Robert Rheme dejó bien en claro, en el comunicado oficial, que “preferiríamos haberla tenido en nuestra competición” ya que “ésta es la clase de film que nos gusta descubrir y sobre los que nos gusta llamar la atención al mundo entero”. Touche. La Academia gusta del film, sea éste argentino, uruguayo o tailandés, pero la Academia tiene reglamentos internos y “si ignoramos nuestras propias reglas de calificación, estaríamos alentando a los directores para que entraran en la categoría levantando banderas de conveniencia”.

Aristarain, Manuel Martínez Carril y Osvaldo Papaleo

   Lo lamentable, además, es que una institución tan prestigiosa como la Cinemateca Uruguaya, o gente de trayectoria intachable como su presidente, Manuel Martínez Carril, se hayan prestado tan irreflexiblemente al juego de Aristarain. Con ese criterio, todos los films interpretados por Santiago Gómez Cou, Walter Vidarte, China Zorrilla y “Pinocho”, dirigidos por Rubén Cavallotti o escritos por Jacobo Langsner serían asimismo argentino-uruguayos, lo cual es un disparate.

   De acuerdo a sus declaraciones del jueves, Aristarain y su socio Osvaldo Papaleo deberían ser canonizados, pobres angelitos: la culpa, en verdad, la tienen los mexicanos del film Como agua para el chocolate, que aspiraba a una candidatura y que sopló a gente de la Academia que Un lugar en el mundo era cien por ciento argentino; o bien, la culpa la tiene la Academia misma por no haberse avivado antes de la trampa (“no hemos sido notificados y eso es grave”, se ofendió Papaleo sin avergonzarse); o mejor, la culpa la tienen los periodistas por “la cantidad de rumores que se desataron en la Argentina y en el Uruguay al conocerse la postulación”, como dijo Luis Puenzo, presidente de Directores Argentinos Cinematográficos y experto en el tema, puesto que es miembro de la Academia. La culpa la tuvo el otro, como el film de Luis Sandrini. Aristarain y Papaleo pretenden apelar la medida de la Academia, aunque una entidad tan conservadora difícilmente haga lugar a la misma. El Instituto Nacional de Cinematografía, por su parte, emitió ayer por la tarde un comunicado de prensa en el que detalla los antecedentes del caso y deslinda responsabilidades, como es lógico.

   Aristarain impactó con sus muy buenos films La parte del león, La playa del amor, La discoteca del amor, Tiempo de revancha y Ultimos días de la víctima (1978 a 1982) y también por algunos reportajes en los que demolía la obra de buena parte de sus colegas, incluyendo a Leopoldo Torre Nilsson: ahora, parece haberle llegado el turno de sufrir. Que vaya a quejarse al Uruguay. [“La culpa la tuvo el otro”, sábado 27.2.1993. Como agua para chocolate (idem, MX, 1992, dir. Alfonso Arau)].

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