TEMAS
Maricones & tortilleras (IV)
Aunque todavía persisten las situaciones homofóbicas
haciendo blanco en coreógrafos y modistos, la década de los 60 se abre a nuevas
miradas acerca de la homosexualidad. Tinayre fue uno de los primeros, y asombra
la inclusión incidental del tema en Eloy,
film de un director adscripto a lo que podría calificarse como “los machos del
cine revolucionario de la América latina”, y mucho más el atrevimiento y la
franqueza de una situación en un film rutinario como Una máscara para Ana, que admite algo impensado para la mentalidad
retrógada machista.
Como de
costumbre, antes de entrar en tema deslizo algunas amenas “pajerías”, como
para, sonrisa mediante, ir entrándole al asunto:
>
“Los hombres tienen el cerebro más pequeño para que les quepa en el pene”, le
explica Kate Miles a Jennifer Love Hewitt en el film inglés The
truth about love (John Hay, 2004).
>
Ugo Tognazzi interpreta a un maduro homosexual que, con sus amigos, se reúnen
en fiestas privadas vestidos de cortesanas. Uno de ellos es asesinado y en la
morgue el policía Maurice Ronet le pide reconocer el cadáver: “¡Dio mio, la
Tamara!”, exclama al verlo, para de inmediato recapacitar y corregir: “Non
lo conosco”. (Del film italiano Splendori
e miserie di madame Royal, Vittorio Caprioli, 1970).
> Así como los paulistas aseguran que mientras ellos producen los cariocas derrochan, en Brasil circula la leyenda de que la ciudad de Campinas, en el estado de San Pablo, es completamente territorio de homosexuales, a tal punto de que circulan chistes al respecto. Uno que me contaron en los 70 dice que un turista llegó a Campinas y a poco observó que los carteles con indicaciones para los caminantes decían pederastas en vez de pedestres. Ofendido en su heterosexualidad, se acercó entonces a un fornido policía negro para averiguar por qué: poniendo su mano derecha en la cintura, le contestó: “¡Imagina que nós vamos trocar todos os cartazes só por um...!”. En este punto, un cronista cursi escribiría: “(risas)”.
> “Los espectadores son todos hombres,
con excepción de una travesti”. Al menos curiosa definición de Verónica Dema en
su artículo “Internet, culpable de la decadencia de los cines condicionados” (La
Nación, 14.5.2015, pág. 28). Y no es el único error.
> Un maduro rockero (Bill Nighy) alcanza
el primer puesto en los charts justo en la Nochebuena: en medio del
festejo, atiende un llamado: “Si me enviás una limusina kilométrica iré gustoso
a tu fiesta, Elton”. Más tarde se aparece en casa de su tierno, gordito manager
(Gregor Fisher) diciéndole que prefiere estar con él esa noche. “¿Diez minutos
con Elton John y ya te volviste gay?”, le pregunta su amigo. El rockero
lo abraza, le guiña un ojo y le dice: “Emborrachémonos y miremos porno”. Del
film británico Love actually (Realmente
amor, Richard Curtis, 2002).
Y, como diría
una laucha, vamos al grano:
Alias
Gardelito
(Lautaro Murúa, 1960). Hay dos alusiones: en un baño público, un hombre mayor
se acomoda al lado de Alberto Argibay y le mira el pene sin que éste reaccione;
luego, le dice a Tônia Carrero que “el jazz es música de invertidos”.
5º año
Nacional
(Rodolfo Blasco, 1960). Estudiantina cuyo autor, Abel Santa Cruz, dividió a los
alumnos en buenos y malos. Entre los malos hay un homosexual (Pablo Moret) a
quien le preguntan: “¿No ha consultado a un médico?” y al que su compañero
Guillermo Bredeston intenta “regenerar” presentándole chicas hasta que el muchacho,
harto, ¡se mete a seminarista!
El rufián (Daniel
Tinayre, 1960). La historia firmada por Enrique Albrit (pseudónimo que no se
sabe por qué utilizaron Tinayre y Eduardo Borrás) presenta a Egle Martin como
la esposa de un médico enredada con el recio chofer de pasado turbio (Carlos
Estrada), y está adornada con abundantes elementos gay: el esposo
(Daniel de Alvarado) es homosexual y mantiene relaciones paralelas con su
asistente (Ovidio Fuentes); cuando el marido los sorprende en la cama sólo
atina a protestar: “¡Con un sirviente!”, ante lo cual ella contesta,
satisfecha, “¡Pero es un hombre!”.
Piel de
verano
(Leopoldo Torre Nilsson, 1961). Nilsson y Beatriz Guido introducen dos toques gay
muy a su gusto: el hermano de “Joujou” (Franca Boni), al que no se ve en el
film, es, según ella, “así y así, hombre y mujer”; alguien cuenta que “un primo
de Martín fue echado del Liceo Militar por querer casarse por civil con un
muchacho”.
Delito (Ralph
Pappier, 1961). Diálogo entre dos presos en el patio de recreo: Homero Cárpena
a Claude Marting, echándole una mirada de cuerpo entero: “–Sos buen mozo,
¿eh?”; Marting: “–¿Y, pensás presentarme al trompa?”, Cárpena: “–¡Claro! Es un
tipo fenómeno y con ideas, sé que le vas a gustar”, Marting: “–¿Por qué? ¿Le
gustan los machos?”, Cárpena: “–No te pillés, che”. Para más claridad, más
adelante Cárpena le dice a Luis Tasca que las mujeres no le interesan y termina
despreciando a Elida Gay Palmer, la mujer del “trompa”.
Tres veces
Ana
(David José Kohon, 1961). En el segundo episodio, El aire, conviven una pareja de lesbianas (Rossana Zúcker, Beatriz
Máttar) y un mariconcito de la variedad “tímido” (Jorge Cavanet).
No exit
–Huis clos–
(Tad Danielewski) y Huis clos –A puerta
cerrada– (Pedro Escudero) fueron filmados al mismo tiempo en 1961 con
elencos diversos, uno dialogado en inglés y el otro en castellano: adaptan la
famosa pieza teatral de Sartre (1944) y conservan el personaje lésbico llamado
Inès, respectivamente Viveca Lindfors e Inda Ledesma.
Detrás de
la mentira
(Emilio Vieyra, 1961). Ya desde su opera
prima Vieyra se preocupó por introducir elementos gay; éste es
inofensivo en relación a los que vendrán: “¿Qué música de maricas es ésta?”,
dice Alfonso De Grazia con cara de asco.
Dar la
cara
(José A. Martínez Suárez, 1961). En la reunión en el departamento de Nuria
Torray, uno de los invitados (Eduardo Sánchez Torel) es ostensiblemente
afeminado.
Las
modelos –Sonia y Ana– (Vlasta Lah, 1961-1962). Ambientado en el
mundillo de la moda y las mannequins,
no podían faltar algunos toques gay: en una fiesta, Alberto Berco
anuncia: “Ha llegado la pareja más feliz de Buenos Aires” y la cámara muestra a
dos muchachos; Mercedes Alberti le dice a su jefe, el modista Pierre (Aldo
Mayo): “–Quieres casarte conmigo para que te sirva de pantalla y te crean un
hombre normal. ¡Cualquier día!”, y él le contesta: “–No seré tan apasionado
como tu Carlos, pero anormal... y si así fuera, ¿qué? ¿acaso no te tratan todos
como una puta? Uno te abandona, otros te ofrecen plata... (ella le pega un
cachetazo y sale) ¡No me estropees la tela!”.
Bettina (Rubén W.
Cavallotti, 1962). Intento de abordar
el estilo “juventud conflictuada” que estaba cimentando en aquellos momentos el
prestigio de la Generación del 60. Ni siquiera le ahorra al espectador
secuencias en una cave (donde se toca jazz pero se baila twist) y en una
orgía, adornadas con personajes-tipo como el intelectual, el homosexual, la
vieja buscona, el existencialista y la liberada, donde se fuma marihuana, se
concreta un strip tease y se cita a Baudelaire mientras todos los
personajes se tratan de “tú”. El homosexual en este caso es un
personaje al que se refieren como “el profesor”.
El octavo
Infierno
(René Mugica, 1963). La desaparición de toda copia de este ejemplar del
subgénero “cárcel de mujeres” impide saber si contiene alguna pizca del
lesbianismo de rigor. Una de las reclusas es Alba Mujica –hermana del director,
además–, que solía ser requerida para ese tipo de personaje.
Primero yo (Fernando
Ayala, 1963). Aunque en ningún momento se menciona el asunto, el personaje
“Adolfo” (Carlos Muñoz) es un típico homosexual adinerado que da fiestas en su
departamento y está siempre rodeado de jovencitos lánguidos: en la secuencia en
el Edelweiss, cuando dos ostensibles chongos se acercan a saludarlo, alguien le
pregunta sin son amigos suyos, a lo que responde “apenas conocidos”; además, el
hijo (Ricardo Areco) del protagonista (Alberto de Mendoza) podría ser homosexual escondido en su timidez.
Extraña
ternura
(1963-1964). Otro recargado drama erótico de Tinayre, éste adaptado de una
novela del francés Guy des Cars, especialista en confeccionar libros
escandalosos que por lo general resultaban best sellers. Con un crimen
como punto de partida, un flashback cuenta la historia de un jovencito
(Norberto Suárez) iniciado sexualmente por una cantante (Egle Martin) pero
codiciado en las sombras por su padrino-tutor (José Cibrián), con quien vive.
Un folleto de Argentina Sono Film asegura que se trata de “la historia
apasionante de la extraña ternura de un hombre hacia un adolescente, que ha
despertado a la vida y es una víctima de todas las trampas que la sociedad le
ha ido tendiendo, con sus vicios, sus hipocresías y hasta su inmoralidad”,
retórica bienpensante a la que el dialoguista Luis Pico Estrada opone una
brutal frase dicha por un rufián (Luis Tasca): “Lo que yo digo es que ésta es
una historia de maricas”. La realización de Tinayre es brillante, como de
costumbre, pero si hay algo destacable es la potente presencia de Egle Martin,
acaso la más fabulosa hembra que ha parido el show business nativo.
Cleopatra era Cándida (Julio Saraceni, 1964). Vicente Rubino ¡otra vez! hace un mariquita, éste de profesión decorador de una mueblería.
Il gaucho / Un italiano en la
Argentina (Dino Risi,
I/A, 1964). Guido Gorgati interpreta a un guionista homosexual (y además
comunista, ¿velada alusión a Pasolini?: los guionistas del film son todos
italianos) y, en una fiesta sobre el final, mira insistentemente a un camarero
muy buen mozo (Franco Neri), le pregunta su nombre y se queda todo el tiempo a
su lado, mirándolo con arrobamiento.
Asalto en la ciudad (Carlos Cores, 1964). Un
afeminado camina provocativamente frente a un bar donde dos muchachos sentados
a una mesa en la vereda se burlan de él cantando “el orangután y la
orangutana”: además de incomprensible, es un perfecto ejemplo de homofobia
digna de mejor causa, pues ni la situación ni los personajes (interpretados por
extras) guardan relación con la historia.
Voy a hablar de la esperanza (Carlos Borcosque, 1964). Un joven
escritor (Carlos Borsani) le cuenta algunas ideas al director de un film (Raúl
Rossi), todo ello en el set en el que
se rueda algo titulado “Amor y twist”. En esos menesteres, un actor (Leopoldo
Verona) se acerca al director acompañado de un negro joven y semidesnudo y le
pregunta: “–Che, Luis Alberto, la secuencia mía del beso, ¿la vas a hacer como
está en el libro, toda de cerca?”, “–Toda en primeros planos...”, “–Entonces,
¿no te parece que me tendría que poner las pestañas postizas?”, “–Claro, y los
aros también...”. El actor se retira ofendido.
Una máscara para Ana (Cavallotti, 1965). Durante la
secuencia inicial en la Costanera Norte, donde se rueda un film titulado “9½”,
se produce una situación en verdad divertida y hasta atrevida: un muchacho
(Dardo Gobbi) que anda por ahí curioseando se acerca a varias mujeres en clara
intención de levante; ninguna le da bolilla y desiste, hasta que otro hombre,
sumamente afeminado (Adelco Lanza), le echa una mirada y el muchacho levanta
sus hombros en actitud de “ma sí...” y lo aborda.
Orden de matar (Román Viñoly Barreto, 1965).
Gloria Leyland interpreta a una lesbiana.
Hotel Alojamiento (Ayala, 1965). Al hotel
entra un hombre (Aldo Mayo) abrazando a otro, lo que provoca las miradas
suspicaces del conserje (Augusto Codecá) y la telefonista (Olinda Bozán); tras
un instante, uno de esos hombres apura a las mujeres, que habían quedado
rezagadas; el gag se anticipa en medio siglo al hecho cierto de que dos
personas del mismo sexo pueden hacerlo en uno de esos establecimientos, ahora
llamados “albergue transitorio” pero popularmente denominados “telo”.
¡Flor de piolas!.. (Cavallotti, 1967). Travestismo:
Marcos Zúcker es en una escena la presidenta del Consejo Escolar, hermana del
comisario Brizuela que interpreta el mismo actor.
La bestia desnuda (1967). Incluye varios “chistes” gay,
todos homofóbicos, como siempre en los films de Vieyra: el director teatral
(Vieyra mismo) es ligeramente afeminado; el modisto (Osvaldo Pacheco) es
sospechado de homosexual y un hombre le reprocha “Al menos yo me acuesto sólo
con mujeres”; en un happening hay dos lesbianas besándose (“¿Qué
quieren...? Es el happening...”, dice una de ellas) además de maricones
y travestis surtidos.
Las pirañas / La boutique (Luis G. Berlanga, A/E, 1967). Breve
escena de tono ambiguo: Lautaro Murúa interpreta al arquitecto que ayuda a
Sonia Bruno a instalar una boutique; al principio aparece levemente
afeminado y luego, conversando con el marido (Rodolfo Bebán) de su amiga,
asegura que “Ah, las mujeres… Yo a las mujeres sólo las aguanto cuando en la
relación no entra el sexo”; Bebán, quebrando una muñeca, le pregunta:
“¿Sos...?”; “Oh, no, no es que sea homosexual ni nada de eso. Sencillamente las
mujeres me gustan así, de lejos, como amigas... cambiarles el peinado, oírle
sus confidencias, en fin, para mirarlas como objetos hermosos”, tras lo cual
continúa con su amaneramiento aunque, más adelante, sostiene un affaire
con Bruno.
Villa Cariño –Bosque alojamiento– (Saraceni, 1967). Enzo Viena interpreta a un cantante al que llaman “Príncipe” (el “Rey” era Palito Ortega, claro), que va a Villa Cariño con Thelma Biral, aunque permanece indiferente ante el avance de la muchacha y también al de la tía de ella (Aída Luz), que los ha seguido; cuando el “Príncipe” queda solo en su auto, se acerca el cafetero (Osvaldo Pacheco), entablándose el siguiente diálogo: Pacheco: –“Qué noche perdida, ¿eh?” / Viena: (lo mira) / Pacheco (reconociéndolo): –“¡Príncipe!” / Viena (mariconeando): –“¿Perdida? (apoya su mano sobre la del cafetero) De vos depende que no sea perdida...” / Pacheco: –“Príncipe... ¡¡Princesa!!”. Poco después llega a los bosques un auto con dos señores maduros, sin compañía femenina.
40 grados a la sombra (Fernando Merino, E/A, 1967). El personaje que interpreta José Luis López Vázquez, dueño de una casa de masajes para señoras, se finge maricón para toquetear a gusto a sus clientes, lo mismo que en la década siguiente harán Olmedo y/o Porcel, entre otros, en el cine local. Film nunca estrenado en cines argentinos pero sí por TV.
Coche cama alojamiento (Julio Porter, 1967). Alfredo
Barbieri, Don Pelele, Jorge Luz y Osvaldo Pacheco practican travestismo.
El bulín (Angel Acciaresi, 1967-1968). Como
en casi todo
film picaresco del período, que los prodigó cual sobredosis, éste tampoco podía
omitir alguna alusión a la cosa gay. Hay, por ejemplo, dos secuencias
que juegan con sendos equívocos, una con Jorge Porcel y Vicente Rubino (el jefe
seduce al gordo, pero para que le preste la llave del bulín) y otra con Porcel
y Javier Portales, que comienza como si fueran una pareja e incluye la palabra
“comilón” y termina con ambos dándose un atracón de comida y durmiendo la
siesta en la misma cama.
Lo prohibido está de moda (Fernando Siro, 1967-1968). Otro gay touch del tipo
de los equívocos: hacia el final, Juan Carlos Altavista rescata a Enzo Viena
del altar de la iglesia en la que estaba a punto de casarse con Gilda Lousek;
los amigos festejan en el portal de una casa vecina, abrazándose y besándose,
cuando justo pasa por allí un agente de Policía que los mira con la debida cara
de sorpresa.
Psexoanálisis (Héctor Olivera, 1967-1968). Julio De
Grazia es un paciente tímido e introvertido que por las noches es un temible
sátiro, dualidad que, de acuerdo al argumentista Olivera y al guionista Gius,
lo convierte en homosexual.
Tiro de gracia (Ricardo Becher, 1968). Además de
Carlos Muslera, que no figura en los credits,
interpretando a un presunto homosexual, el film aporta una conversación –en
gran parte cortada por orden de la censura– en la que Abel Sáenz Buhr instruye
al aspirante a taxi boy Bocha
Martiñán acerca del levante gay en
“determinadas zonas, los baños públicos y algunos cines” de Buenos Aires,
secuencia –recompaginada años más adelante– de una franqueza inédita para un
film rodado en plena dictadura militar de Juan Carlos Onganía.
Carne (Armando Bo, 1968). Isabel Sarli es secuestrada, encerrada en un camión y violada por varios hombres; Vicente Rubino es uno de ellos, pero en lugar de pasar a los hechos se confiesa homosexual, le elogia la ropa y le pide que le cuente cómo la sometieron sus amigos.
Eloy (Humberto Ríos, CHI/A, 1968). Incluye un
(insólito, dado el contexto) toque gay, acaso extraído de la novela
original de Carlos Droguett Alfaro: tras pasar la noche a la intemperie junto
con un desconocido, Eloy (Raúl Parini) amaga irse a caballo; el otro le dice:
“¿Así se va compadre, sin despedirse, (socarronamente) sin hacernos un
cariñito?”; Eloy ignora sus dichos y le contesta: “Vamos compadre, el sol ya
está alto y la Rural nos puede caer encima”. Poco después, el otro le dice: “Me
gustaría tirarme un lance con usted, Eloy”.
Mosaico
–La vida de una modelo– (Néstor Paternostro, 1968-1969). Contiene un par de guiños lésbicos:
Marcela Paz, que anima a una de varias postulantes a una selección de modelos,
dice estar “casada” con “María José”, adelantada (verbal, apenas) a la
institucionalización del matrimonio entre homosexuales registrado en la
Argentina a comienzos del siglo siguiente. Además, en una fiesta se ve a dos
chicas besándose.
Maternidad sin hombres (Carlos Rinaldi, 1968). Expone fotos de
mujeres abrazadas como muestra de depravación.
Somos los
mejores!
(Federico Padilla, 1968). Travestismo: Jorge Luz interpreta un personaje
femenino que ya había creado para la TV; de hecho, en su crédito se aclara que
actúa “como «Doña Etelvina» por gentileza de Gerardo y Hugo Sofovich”.
Pasión
dominguera
(Emilio Ariño, 1968). Incluye una secuencia homofóbica completamente gratuita: un camión con
hinchas de fútbol se detiene ante un semáforo y uno de ellos (Luis Tasca)
observa a dos hombres cuyo coche está en dificultades; sin que nada se lo
indique les despacha: “¿Solitos pueden?” y, mariconeando, agrega, “Vuela,
paloma, vuela”.
Fuego (Bo,
1968-1969). Alba Mujica interpreta a la ama de llaves lesbiana de Isabel Sarli.
Los
neuróticos
(Olivera, 1969). Continuación de Psexoanálisis
con el mismo “doctor” Norman Briski. Al paciente Jorge Salcedo, que se confiesa
impotente, le practican un trasplante de pene, pero resulta que el donante era
homosexual. En el final, Salcedo intenta violar a Briski y éste pregunta al
retrato de Freud qué hacer: el retrato le contesta uno de los chistes sobre el
tema más antiguos de que se tenga memoria: “Así empezaron muchos: preguntando”.
Los
debutantes en el amor (Leo Fleider, 1969). Horrenda comedia picaresca con una mirada ciertamente
machista acerca de la primera experiencia sexual y con un altísimo grado de
homofobia,
que comienza desde el texto inicial dicho
off: “Dedicamos este relato con toda
ternura a los que debutaron [la imagen muestra a un anciano], los que
debutan [pareja entrando a un hotel alojamiento] y los que debutarán [niños
jugando al fútbol]… o no [joven muuuuy afeminado con pañuelo al cuello
incluido que mira a cámara y dice «¡chongo!»]”. Además, Alberto
Olmedo aparece travestido.
El
caradura y la millonaria (Enrique Cahen Salaberry, 1969). Esta
nueva versión del clásico El canillita y
la dama (Amadori, 1938) incluye un innecesario toque gay: Santiago Bal
está buscando a alguien que pase por ser heredero de un millonario y cuando
conoce a Juan Carlos Altavista, a quien ve parecido al auténtico heredero, le
dice: “Tengo que hacerle una propuesta. Venga (le pone un brazo en el hombro),
iremos a mi casa”; Altavista, airado: “Tranquilo viejo, no te equivoqués
conmigo...”.
La guita (Ayala,
1969-1970). Travestismo: en el
tercer episodio (La jubilación),
Norman Briski interpreta un personaje que se disfraza en cinco oportunidades,
entre ellas de mujeres (una vendedora de violetas, una gitana, otra mujer).
El sátiro (Kurt Land,
1969). Una corista lesbiana acosa a una compañera hasta que logra seducirla en
medio de una orgía. [Continuará]
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