jueves, 19 de junio de 2025

TEMAS

Maricones & tortilleras (IV)

Aunque todavía persisten las situaciones homofóbicas haciendo blanco en coreógrafos y modistos, la década de los 60 se abre a nuevas miradas acerca de la homosexualidad. Tinayre fue uno de los primeros, y asombra la inclusión incidental del tema en Eloy, film de un director adscripto a lo que podría calificarse como “los machos del cine revolucionario de la América latina”, y mucho más el atrevimiento y la franqueza de una situación en un film rutinario como Una máscara para Ana, que admite algo impensado para la mentalidad retrógada machista.

   Como de costumbre, antes de entrar en tema deslizo algunas amenas “pajerías”, como para, sonrisa mediante, ir entrándole al asunto:

> “Los hombres tienen el cerebro más pequeño para que les quepa en el pene”, le explica Kate Miles a Jennifer Love Hewitt en el film inglés The truth about love (John Hay, 2004).

> Ugo Tognazzi interpreta a un maduro homosexual que, con sus amigos, se reúnen en fiestas privadas vestidos de cortesanas. Uno de ellos es asesinado y en la morgue el policía Maurice Ronet le pide reconocer el cadáver: “¡Dio mio, la Tamara!”, exclama al verlo, para de inmediato recapacitar y corregir: “Non lo conosco”. (Del film italiano Splendori e miserie di madame Royal, Vittorio Caprioli, 1970).


> Así como los paulistas aseguran que mientras ellos producen los cariocas derrochan, en Brasil circula la leyenda de que la ciudad de Campinas, en el estado de San Pablo, es completamente territorio de homosexuales, a tal punto de que circulan chistes al respecto. Uno que me contaron en los 70 dice que un turista llegó a Campinas y a poco observó que los carteles con indicaciones para los caminantes decían pederastas en vez de pedestres. Ofendido en su heterosexualidad, se acercó entonces a un fornido policía negro para averiguar por qué: poniendo su mano derecha en la cintura, le contestó: “¡Imagina que nós vamos trocar todos os cartazes só por um...!”. En este punto, un cronista cursi escribiría: “(risas)”.

> “Los espectadores son todos hombres, con excepción de una travesti”. Al menos curiosa definición de Verónica Dema en su artículo “Internet, culpable de la decadencia de los cines condicionados” (La Nación, 14.5.2015, pág. 28). Y no es el único error.

> Un maduro rockero (Bill Nighy) alcanza el primer puesto en los charts justo en la Nochebuena: en medio del festejo, atiende un llamado: “Si me enviás una limusina kilométrica iré gustoso a tu fiesta, Elton”. Más tarde se aparece en casa de su tierno, gordito manager (Gregor Fisher) diciéndole que prefiere estar con él esa noche. “¿Diez minutos con Elton John y ya te volviste gay?”, le pregunta su amigo. El rockero lo abraza, le guiña un ojo y le dice: “Emborrachémonos y miremos porno”. Del film británico Love actually (Realmente amor, Richard Curtis, 2002).

   Y, como diría una laucha, vamos al grano:

Alias Gardelito (Lautaro Murúa, 1960). Hay dos alusiones: en un baño público, un hombre mayor se acomoda al lado de Alberto Argibay y le mira el pene sin que éste reaccione; luego, le dice a Tônia Carrero que “el jazz es música de invertidos”.

5º año Nacional (Rodolfo Blasco, 1960). Estudiantina cuyo autor, Abel Santa Cruz, dividió a los alumnos en buenos y malos. Entre los malos hay un homosexual (Pablo Moret) a quien le preguntan: “¿No ha consultado a un médico?” y al que su compañero Guillermo Bredeston intenta “regenerar” presentándole chicas hasta que el muchacho, harto, ¡se mete a seminarista!

El rufián (Daniel Tinayre, 1960). La historia firmada por Enrique Albrit (pseudónimo que no se sabe por qué utilizaron Tinayre y Eduardo Borrás) presenta a Egle Martin como la esposa de un médico enredada con el recio chofer de pasado turbio (Carlos Estrada), y está adornada con abundantes elementos gay: el esposo (Daniel de Alvarado) es homosexual y mantiene relaciones paralelas con su asistente (Ovidio Fuentes); cuando el marido los sorprende en la cama sólo atina a protestar: “¡Con un sirviente!”, ante lo cual ella contesta, satisfecha, “¡Pero es un hombre!”.

Piel de verano (Leopoldo Torre Nilsson, 1961). Nilsson y Beatriz Guido introducen dos toques gay muy a su gusto: el hermano de “Joujou” (Franca Boni), al que no se ve en el film, es, según ella, “así y así, hombre y mujer”; alguien cuenta que “un primo de Martín fue echado del Liceo Militar por querer casarse por civil con un muchacho”.

Delito (Ralph Pappier, 1961). Diálogo entre dos presos en el patio de recreo: Homero Cárpena a Claude Marting, echándole una mirada de cuerpo entero: “–Sos buen mozo, ¿eh?”; Marting: “–¿Y, pensás presentarme al trompa?”, Cárpena: “–¡Claro! Es un tipo fenómeno y con ideas, sé que le vas a gustar”, Marting: “–¿Por qué? ¿Le gustan los machos?”, Cárpena: “–No te pillés, che”. Para más claridad, más adelante Cárpena le dice a Luis Tasca que las mujeres no le interesan y termina despreciando a Elida Gay Palmer, la mujer del “trompa”.

Tres veces Ana (David José Kohon, 1961). En el segundo episodio, El aire, conviven una pareja de lesbianas (Rossana Zúcker, Beatriz Máttar) y un mariconcito de la variedad “tímido” (Jorge Cavanet).

No exit –Huis clos– (Tad Danielewski) y Huis clos –A puerta cerrada– (Pedro Escudero) fueron filmados al mismo tiempo en 1961 con elencos diversos, uno dialogado en inglés y el otro en castellano: adaptan la famosa pieza teatral de Sartre (1944) y conservan el personaje lésbico llamado Inès, respectivamente Viveca Lindfors e Inda Ledesma.

Detrás de la mentira (Emilio Vieyra, 1961). Ya desde su opera prima Vieyra se preocupó por introducir elementos gay; éste es inofensivo en relación a los que vendrán: “¿Qué música de maricas es ésta?”, dice Alfonso De Grazia con cara de asco.

Dar la cara (José A. Martínez Suárez, 1961). En la reunión en el departamento de Nuria Torray, uno de los invitados (Eduardo Sánchez Torel) es ostensiblemente afeminado.

Las modelos –Sonia y Ana– (Vlasta Lah, 1961-1962). Ambientado en el mundillo de la moda y las mannequins, no podían faltar algunos toques gay: en una fiesta, Alberto Berco anuncia: “Ha llegado la pareja más feliz de Buenos Aires” y la cámara muestra a dos muchachos; Mercedes Alberti le dice a su jefe, el modista Pierre (Aldo Mayo): “–Quieres casarte conmigo para que te sirva de pantalla y te crean un hombre normal. ¡Cualquier día!”, y él le contesta: “–No seré tan apasionado como tu Carlos, pero anormal... y si así fuera, ¿qué? ¿acaso no te tratan todos como una puta? Uno te abandona, otros te ofrecen plata... (ella le pega un cachetazo y sale) ¡No me estropees la tela!”.

Bettina (Rubén W. Cavallotti, 1962). Intento de abordar el estilo “juventud conflictuada” que estaba cimentando en aquellos momentos el prestigio de la Generación del 60. Ni siquiera le ahorra al espectador secuencias en una cave (donde se toca jazz pero se baila twist) y en una orgía, adornadas con personajes-tipo como el intelectual, el homosexual, la vieja buscona, el existencialista y la liberada, donde se fuma marihuana, se concreta un strip tease y se cita a Baudelaire mientras todos los personajes se tratan de “tú”. El homosexual en este caso es un personaje al que se refieren como “el profesor”.

El octavo Infierno (René Mugica, 1963). La desaparición de toda copia de este ejemplar del subgénero “cárcel de mujeres” impide saber si contiene alguna pizca del lesbianismo de rigor. Una de las reclusas es Alba Mujica –hermana del director, además–, que solía ser requerida para ese tipo de personaje.

Primero yo (Fernando Ayala, 1963). Aunque en ningún momento se menciona el asunto, el personaje “Adolfo” (Carlos Muñoz) es un típico homosexual adinerado que da fiestas en su departamento y está siempre rodeado de jovencitos lánguidos: en la secuencia en el Edelweiss, cuando dos ostensibles chongos se acercan a saludarlo, alguien le pregunta sin son amigos suyos, a lo que responde “apenas conocidos”; además, el hijo (Ricardo Areco) del protagonista (Alberto de Mendoza) podría ser homosexual escondido en su timidez.

Extraña ternura (1963-1964). Otro recargado drama erótico de Tinayre, éste adaptado de una novela del francés Guy des Cars, especialista en confeccionar libros escandalosos que por lo general resultaban best sellers. Con un crimen como punto de partida, un flashback cuenta la historia de un jovencito (Norberto Suárez) iniciado sexualmente por una cantante (Egle Martin) pero codiciado en las sombras por su padrino-tutor (José Cibrián), con quien vive. Un folleto de Argentina Sono Film asegura que se trata de “la historia apasionante de la extraña ternura de un hombre hacia un adolescente, que ha despertado a la vida y es una víctima de todas las trampas que la sociedad le ha ido tendiendo, con sus vicios, sus hipocresías y hasta su inmoralidad”, retórica bienpensante a la que el dialoguista Luis Pico Estrada opone una brutal frase dicha por un rufián (Luis Tasca): “Lo que yo digo es que ésta es una historia de maricas”. La realización de Tinayre es brillante, como de costumbre, pero si hay algo destacable es la potente presencia de Egle Martin, acaso la más fabulosa hembra que ha parido el show business nativo.


Cleopatra era Cándida (Julio Saraceni, 1964). Vicente Rubino ¡otra vez! hace un mariquita, éste de profesión decorador de una mueblería.

Il gaucho / Un italiano en la Argentina (Dino Risi, I/A, 1964). Guido Gorgati interpreta a un guionista homosexual (y además comunista, ¿velada alusión a Pasolini?: los guionistas del film son todos italianos) y, en una fiesta sobre el final, mira insistentemente a un camarero muy buen mozo (Franco Neri), le pregunta su nombre y se queda todo el tiempo a su lado, mirándolo con arrobamiento.

Asalto en la ciudad (Carlos Cores, 1964). Un afeminado camina provocativamente frente a un bar donde dos muchachos sentados a una mesa en la vereda se burlan de él cantando “el orangután y la orangutana”: además de incomprensible, es un perfecto ejemplo de homofobia digna de mejor causa, pues ni la situación ni los personajes (interpretados por extras) guardan relación con la historia.

Voy a hablar de la esperanza (Carlos Borcosque, 1964). Un joven escritor (Carlos Borsani) le cuenta algunas ideas al director de un film (Raúl Rossi), todo ello en el set en el que se rueda algo titulado “Amor y twist”. En esos menesteres, un actor (Leopoldo Verona) se acerca al director acompañado de un negro joven y semidesnudo y le pregunta: “–Che, Luis Alberto, la secuencia mía del beso, ¿la vas a hacer como está en el libro, toda de cerca?”, “–Toda en primeros planos...”, “–Entonces, ¿no te parece que me tendría que poner las pestañas postizas?”, “–Claro, y los aros también...”. El actor se retira ofendido.

Una máscara para Ana (Cavallotti, 1965). Durante la secuencia inicial en la Costanera Norte, donde se rueda un film titulado “9½”, se produce una situación en verdad divertida y hasta atrevida: un muchacho (Dardo Gobbi) que anda por ahí curioseando se acerca a varias mujeres en clara intención de levante; ninguna le da bolilla y desiste, hasta que otro hombre, sumamente afeminado (Adelco Lanza), le echa una mirada y el muchacho levanta sus hombros en actitud de “ma sí...” y lo aborda.

Orden de matar (Román Viñoly Barreto, 1965). Gloria Leyland interpreta a una lesbiana.

Hotel Alojamiento (Ayala, 1965). Al hotel entra un hombre (Aldo Mayo) abrazando a otro, lo que provoca las miradas suspicaces del conserje (Augusto Codecá) y la telefonista (Olinda Bozán); tras un instante, uno de esos hombres apura a las mujeres, que habían quedado rezagadas; el gag se anticipa en medio siglo al hecho cierto de que dos personas del mismo sexo pueden hacerlo en uno de esos establecimientos, ahora llamados “albergue transitorio” pero popularmente denominados “telo”.

¡Flor de piolas!.. (Cavallotti, 1967). Travestismo: Marcos Zúcker es en una escena la presidenta del Consejo Escolar, hermana del comisario Brizuela que interpreta el mismo actor.

La bestia desnuda (1967). Incluye varios “chistes” gay, todos homofóbicos, como siempre en los films de Vieyra: el director teatral (Vieyra mismo) es ligeramente afeminado; el modisto (Osvaldo Pacheco) es sospechado de homosexual y un hombre le reprocha “Al menos yo me acuesto sólo con mujeres”; en un happening hay dos lesbianas besándose (“¿Qué quieren...? Es el happening...”, dice una de ellas) además de maricones y travestis surtidos.

Las pirañas / La boutique (Luis G. Berlanga, A/E, 1967). Breve escena de tono ambiguo: Lautaro Murúa interpreta al arquitecto que ayuda a Sonia Bruno a instalar una boutique; al principio aparece levemente afeminado y luego, conversando con el marido (Rodolfo Bebán) de su amiga, asegura que “Ah, las mujeres… Yo a las mujeres sólo las aguanto cuando en la relación no entra el sexo”; Bebán, quebrando una muñeca, le pregunta: “¿Sos...?”; “Oh, no, no es que sea homosexual ni nada de eso. Sencillamente las mujeres me gustan así, de lejos, como amigas... cambiarles el peinado, oírle sus confidencias, en fin, para mirarlas como objetos hermosos”, tras lo cual continúa con su amaneramiento aunque, más adelante, sostiene un affaire con Bruno.


Villa Cariño –Bosque alojamiento– (Saraceni, 1967). Enzo Viena interpreta a un cantante al que llaman “Príncipe” (el “Rey” era Palito Ortega, claro), que va a Villa Cariño con Thelma Biral, aunque permanece indiferente ante el avance de la muchacha y también al de la tía de ella (Aída Luz), que los ha seguido; cuando el “Príncipe” queda solo en su auto, se acerca el cafetero (Osvaldo Pacheco), entablándose el siguiente diálogo: Pacheco: –“Qué noche perdida, ¿eh?” / Viena: (lo mira) / Pacheco (reconociéndolo): –“¡Príncipe!” / Viena (mariconeando): –“¿Perdida? (apoya su mano sobre la del cafetero) De vos depende que no sea perdida...” / Pacheco: –“Príncipe... ¡¡Princesa!!”. Poco después llega a los bosques un auto con dos señores maduros, sin compañía femenina.


40 grados a la sombra (Fernando Merino, E/A, 1967). El personaje que interpreta José Luis López Vázquez, dueño de una casa de masajes para señoras, se finge maricón para toquetear a gusto a sus clientes, lo mismo que en la década siguiente harán Olmedo y/o Porcel, entre otros, en el cine local. Film nunca estrenado en cines argentinos pero sí por TV.

Coche cama alojamiento (Julio Porter, 1967). Alfredo Barbieri, Don Pelele, Jorge Luz y Osvaldo Pacheco practican travestismo.

El bulín (Angel Acciaresi, 1967-1968). Como en casi todo film picaresco del período, que los prodigó cual sobredosis, éste tampoco podía omitir alguna alusión a la cosa gay. Hay, por ejemplo, dos secuencias que juegan con sendos equívocos, una con Jorge Porcel y Vicente Rubino (el jefe seduce al gordo, pero para que le preste la llave del bulín) y otra con Porcel y Javier Portales, que comienza como si fueran una pareja e incluye la palabra “comilón” y termina con ambos dándose un atracón de comida y durmiendo la siesta en la misma cama.

Lo prohibido está de moda (Fernando Siro, 1967-1968). Otro gay touch del tipo de los equívocos: hacia el final, Juan Carlos Altavista rescata a Enzo Viena del altar de la iglesia en la que estaba a punto de casarse con Gilda Lousek; los amigos festejan en el portal de una casa vecina, abrazándose y besándose, cuando justo pasa por allí un agente de Policía que los mira con la debida cara de sorpresa.

Psexoanálisis (Héctor Olivera, 1967-1968). Julio De Grazia es un paciente tímido e introvertido que por las noches es un temible sátiro, dualidad que, de acuerdo al argumentista Olivera y al guionista Gius, lo convierte en homosexual.

Tiro de gracia (Ricardo Becher, 1968). Además de Carlos Muslera, que no figura en los credits, interpretando a un presunto homosexual, el film aporta una conversación –en gran parte cortada por orden de la censura– en la que Abel Sáenz Buhr instruye al aspirante a taxi boy Bocha Martiñán acerca del levante gay en “determinadas zonas, los baños públicos y algunos cines” de Buenos Aires, secuencia –recompaginada años más adelante– de una franqueza inédita para un film rodado en plena dictadura militar de Juan Carlos Onganía.

Un levante callejero en Tiro de gracia

Carne (Armando Bo, 1968). Isabel Sarli es secuestrada, encerrada en un camión y violada por varios hombres; Vicente Rubino es uno de ellos, pero en lugar de pasar a los hechos se confiesa homosexual, le elogia la ropa y le pide que le cuente cómo la sometieron sus amigos.

Eloy (Humberto Ríos, CHI/A, 1968). Incluye un (insólito, dado el contexto) toque gay, acaso extraído de la novela original de Carlos Droguett Alfaro: tras pasar la noche a la intemperie junto con un desconocido, Eloy (Raúl Parini) amaga irse a caballo; el otro le dice: “¿Así se va compadre, sin despedirse, (socarronamente) sin hacernos un cariñito?”; Eloy ignora sus dichos y le contesta: “Vamos compadre, el sol ya está alto y la Rural nos puede caer encima”. Poco después, el otro le dice: “Me gustaría tirarme un lance con usted, Eloy”.

Mosaico –La vida de una modelo– (Néstor Paternostro, 1968-1969). Contiene un par de guiños lésbicos: Marcela Paz, que anima a una de varias postulantes a una selección de modelos, dice estar “casada” con “María José”, adelantada (verbal, apenas) a la institucionalización del matrimonio entre homosexuales registrado en la Argentina a comienzos del siglo siguiente. Además, en una fiesta se ve a dos chicas besándose.

Maternidad sin hombres (Carlos Rinaldi, 1968). Expone fotos de mujeres abrazadas como muestra de depravación.

Somos los mejores! (Federico Padilla, 1968). Travestismo: Jorge Luz interpreta un personaje femenino que ya había creado para la TV; de hecho, en su crédito se aclara que actúa “como «Doña Etelvina» por gentileza de Gerardo y Hugo Sofovich”.

Pasión dominguera (Emilio Ariño, 1968). Incluye una secuencia homofóbica completamente gratuita: un camión con hinchas de fútbol se detiene ante un semáforo y uno de ellos (Luis Tasca) observa a dos hombres cuyo coche está en dificultades; sin que nada se lo indique les despacha: “¿Solitos pueden?” y, mariconeando, agrega, “Vuela, paloma, vuela”.

Fuego (Bo, 1968-1969). Alba Mujica interpreta a la ama de llaves lesbiana de Isabel Sarli.

Los neuróticos (Olivera, 1969). Continuación de Psexoanálisis con el mismo “doctor” Norman Briski. Al paciente Jorge Salcedo, que se confiesa impotente, le practican un trasplante de pene, pero resulta que el donante era homosexual. En el final, Salcedo intenta violar a Briski y éste pregunta al retrato de Freud qué hacer: el retrato le contesta uno de los chistes sobre el tema más antiguos de que se tenga memoria: “Así empezaron muchos: preguntando”.

Los debutantes en el amor (Leo Fleider, 1969). Horrenda comedia picaresca con una mirada ciertamente machista acerca de la primera experiencia sexual y con un altísimo grado de homofobia, que comienza desde el texto inicial dicho off: “Dedicamos este relato con toda ternura a los que debutaron [la imagen muestra a un anciano], los que debutan [pareja entrando a un hotel alojamiento] y los que debutarán [niños jugando al fútbol]… o no [joven muuuuy afeminado con pañuelo al cuello incluido que mira a cámara y dice «¡chongo!»]”. Además, Alberto Olmedo aparece travestido.

El caradura y la millonaria (Enrique Cahen Salaberry, 1969). Esta nueva versión del clásico El canillita y la dama (Amadori, 1938) incluye un innecesario toque gay: Santiago Bal está buscando a alguien que pase por ser heredero de un millonario y cuando conoce a Juan Carlos Altavista, a quien ve parecido al auténtico heredero, le dice: “Tengo que hacerle una propuesta. Venga (le pone un brazo en el hombro), iremos a mi casa”; Altavista, airado: “Tranquilo viejo, no te equivoqués conmigo...”.

La guita (Ayala, 1969-1970). Travestismo: en el tercer episodio (La jubilación), Norman Briski interpreta un personaje que se disfraza en cinco oportunidades, entre ellas de mujeres (una vendedora de violetas, una gitana, otra mujer).

El sátiro (Kurt Land, 1969). Una corista lesbiana acosa a una compañera hasta que logra seducirla en medio de una orgía. [Continuará]

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