RINCONES
Paquete, paquetísimo
“Se les escapaba el olor de la riqueza, un aroma de
ropa rica,esencias, educación, pereza, refinamiento, lasitud,
desafío, delicadeza”.Eduardo Mallea,
La sala de espera (1953).
Hasta entrados los años 70 los films argentinos eran rodados
principalmente en estudios. En los tiempos en que eran mudos, oficiaban como
tales unos galpones vidriados para dejar entrar la luz natural; luego siguieron
siendo galpones, pero acondicionados para utilizar parafernalia eléctrica. Ya
en el cine sonoro y desde la construcción en Munro de los iniciales a escala
industrial, los del sello Lumiton, esos estudios fueron de a poco siendo
perfeccionados al punto de que gran parte de los largometrajes del período
1932-1975 eran filmados sin que la cámara se asomara siquiera a la vereda: el living,
por supuesto, pero también los dormitorios, el comedor, el baño y el patio de
alguna casa, así como calles, bares, restaurantes, tiendas, patios de
conventillos, escenarios, palcos y plateas de un teatro, alguna dársena
portuaria y todo decorado imaginable eran reconstruidos (“levantados”, se
decía) por escenógrafos, realizadores de decorados, utileros, pintores, yeseros
y carpinteros que amaban su profesión. En más de un set hasta había una
estación de ferrocarril con sus vías y su tren, retocado según conviniera al
argumento. Una línea de diálogo de Cubitos
de hielo se convierte en un chiste involuntario cuando de pronto alguien
pregunta “¿Llueve afuera?”.
Si el guión indicaba mostrar lo irreproducible (montañas, ríos, mares) se recurría, en principio, al patio trasero (back lot) del estudio o a material de stock utilizado como back projecting: sólo si no quedaba más remedio, a la filmación en lugares reales, esto es, localizaciones (locations, en el siglo XXI invariablemente mal traducido como “locaciones”, que significa otra cosa). En todos esos años la cámara sólo salía a la calle para alguna escena de transición: Angel Magaña caminando por una vereda, las manos en los bolsillos y silbando satisfecho tras su primera experiencia sexual ¡¡con Tilda Thamar!! en Adolescencia, por dar un ejemplo. El primer film que mostró una gran diversidad de localizaciones fue Los pulpos, seguido de inmediato por Apenas un delincuente. Si el argumento del film requería una ambientación high class se solían filmar tomas breves de algunos de sus personajes caminando o entrando a una mansión de la avenida Alvear o de alguna calle de Recoleta o Palermo.
Por cierto, los cineastas
porteños que sacaban la cámara a las calles no solían ser muy imaginativos,
optando por lo general por ciertos lugares típicos y bien representativos de lo
porteño. Así, un ranking de los
sitios más frecuentados incluiría al barrio de la Boca (su Riachuelo, la calle
Caminito, su puente transbordador, sus cantinas), la estación Retiro del FC
General Mitre (mucho más que su par Constitución del Roca), el puente sobre la
avenida Figueroa Alcorta a la altura de la avenida Pueyrredon, la Costanera
Norte, la Plaza de la República con su fálico obelisco, la Plaza de Mayo, la
plaza Intendente Alvear (en Recoleta, a la que suelen confundir con su vecina
plaza Francia, Pueyrredon de por medio), la plazoleta Dorrego en San Telmo, los
parques Lezama, 3 de Febrero (su rosedal, su lago). Y, alejándose un poco de la
Capital Federal, dos lugares insoslayables han sido –y me temo seguirán siendo–
el Delta del Paraná y el Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini en Ezeiza.
Gente como uno, che
Salvo error u omisión, La dama del collar parece haber sido el
primer film en mostrar el barrio parque de Palermo, también conocido como
Palermo chico, que algunos creen un barrio independiente pero que en realidad
pertenece geográfica y catastralmente al de Palermo en su extremo sur.
Levantado desde principios de los años 20 sobre terrenos municipales, con los
años se convirtió en un bastión privilegiado de la alta burguesía porteña,
mucho más que Recoleta o Belgrano. En algunos diarios comenzaron a aparecer
avisos de venta y loteo de terrenos en lo que se denominaba el “barrio-parque
de Palermo”. Tras la construcción de las primeras mansiones, las firmas La
Mundial –compañía de seguros en cuyo directorio había apellidos como Alvear y
Lanusse– y Publio Massini y Cía. –casa inmobiliaria– publicaron una seguidilla
de avisos en La Nación, desde el miércoles 22 al martes 28.11.1922, cuya
lectura deja bien en claro de qué iba el tal barrio-parque.
“Ha sido creado por la Municipalidad a objeto de dotar a la ciudad de un lugar privilegiado y exclusivo para casas de familia. Su dimensión es tan limitada, que muy pocas personas pudieron adquirir los escasos lotes municipales, en cada uno de los cuales se ha levantado ya un magnifico palacio”, agregando que sus calles “se pavimentarán de inmediato” y que “está exento” del “peligro de tener como vecinos, comercios o industrias desagradables o casas de vecindad”, este último un claro eufemismo por “conventillos”. “Al frente, Avenida Alvear. Al fondo, el majestuoso río. A la izquierda, las Aguas Corrientes y la Plaza Francia. A la derecha, el bosque de Palermo”, precisaban. “Los que conocen el Barrio Parque de Monceau, en París, y los Barrios Parques de Berlín, comprarán [...] sin fijarse en el precio”, chicaneaban. Y daban ejemplos: “Así deben haberlo entendido los señores Federico de Alvear, Quirno Costa, Drable, Elizalde, Lanús, Sansinena, Tornquist, Errázuriz, Balda, Estéfani, Aubone, Embajada de España y otros más, cuando han edificado los soberbios palacios que delinean ya el grandioso futuro de ese hermoso rincón de nuestra gran ciudad [que] será dentro de un año, el más hermoso jardín dentro del cual se levantarán las viviendas de los que tengan la clara visión de adquirir un lote para hacer su casa. Y, entonces, si algún lote quedara, será muy caro y muy difícil de obtener”. A propósito de precios, se vendían “a menos de $ 120 la vara”, pero días después un aviso rectificaba que “se rematarán con la base de $ 25 la vara cuadrada”.
El asunto de que predios municipales fueran vendidos a tan bajo precio recuerda, casi un siglo más tarde, la compra de tierras fiscales de la provincia de Santa Cruz adquiridos, a precios que daban risa, por su propio gobernador, su señora esposa, su señora hermana, sus hijos, cuñados, amigos y secuaces, y en este caso no eran de “dimensión limitada” sino vastas hectáreas de tierra virgen y fértil con el que hicieron fortunas a base de negociados, hotelería y corrupción. Y otra frase de uno de los avisos, la que decía “Sale Vd. del teatro a las 12 y está en su casa a las 12.05”, recuerda, invirtiéndolo, el cínico, obsecuente comentario de un entusiasta chupamedias kirchnerista llamado Víctor Hugo Morales que, hacia mediados de los años 10 del siglo XXI afirmó muy suelto de cuerpo que él, al igual que había declarado la Presidente Elisabet Fernández, viviría gustoso en la villa miseria de Retiro porque, entre otras ventajas, “está a unos minutos del cine Gaumont”... Como bien decía Félix Luna, todo es historia.
Algunos miembros del ambiente artístico tuvieron o aún tienen casa en el barrio parque palermitano: Francisco Canaro, Daniel Tinayre y familia, Luisa Vehil, Nicolás García Uriburu & Blanca Isabel Alvarez de Toledo, Don Dean y Susana Giménez, así como el periodista Mariano Grondona y el empresario –y futuro Presidente– Mauricio Macri. Y en sus calles fueron filmados varios largometrajes y una enorme cantidad de films publicitarios: entre los primeros, los que mejor mostraron su elegancia resultaron El rufián (la casa en la que vivían Daniel de Alvarado y Egle Martin), La terraza (la de un edificio sobre la avenida Figueroa Alcorta entre Tagle y Mariscal Ramón Castilla), Crónica de una señora y Destino de un capricho. Además, en los jardines y el interior de la mansión de Astrid de Ridder filmó Oscar Barney Finn una secuencia de Comedia rota. [Para más informaciones sobre el mini-barrio, véase el artículo “La nota predominante de Palermo chico la constituye la estética de sus edificios” en La Razón del 4.9.1928, pág. 5].
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