ESPECIAL DIA DEL PERIODISTA
Chas de Cruz
“Venció con éxito la mala costumbre de vivir”.Dickens, Great expectations (1861).
“Entre los concurrentes Chas de Cruz elegirá nuevas
figuras para actuar en películas de Sono Film”, alentaba un aviso en los
diarios (15.2.1942) que publicitaba los festejos carnavalescos del cine
Broadway, aviso que ejemplifica el grado de popularidad del periodista Chas de
Cruz (Israel Chas de Chruz H.; Buenos Aires, 6.7.1904 / 1.2.1968).
Pocos como
Chas (así le decían en el gremio: Chas, a secas) han dedicado casi toda su vida
y su atención al cine como él lo hizo. Había estudiado en el Nacional Mariano
Moreno cuando con poco más de 20 años ingresó a la Cinematografía Valle como
uno de los redactores del Film Revista.
Hacia comienzos de 1929 asumió la gerencia de una distribuidora cuyo dueño era
Pablo Malkoff, denominada URSS Compañía de Grandes Films Rusos, que sólo
ofrecía producciones soviéticas. Al renunciar a ese conchabo, en noviembre 1930
el Poder Ejecutivo nacional lo nombró “enviado especial de la República
Argentina para estudiar la legislación cinematográfica en Estados Unidos y en
Europa”. En 1931 fundó el Heraldo del
Cinematografista, legendario semanario que era distribuido por suscripción
y que informaba principalmente sobre la actividad de distribuidores y
exhibidores registrando todos y cada uno de los films estrenados en Buenos
Aires. A medida que la industria se consolidaba amplió sus intereses
periodísticos a la labor de los productores. Con parte del equipo de la revista
también difundía Diario del Cine,
ciclo radiofónico que desde 1935 se mantuvo en el aire por LR3 Belgrano durante
más de treinta años con una derivación televisiva desde 1958.
Chas de Cruz era un auténtico personaje en sí mismo, se diría un tycoon, interesado en cubrir todos los aspectos del negocio del cine, para lo cual hizo incontables viajes a Hollywood y a muchos otros centros mundiales de la actividad: su importancia creció a la par de su revista, por lo que con frecuencia era invitado a cubrir filmaciones, convenciones y lanzamientos. Su opinión era tenida muy en cuenta y desde las páginas del Heraldo bregó por una industria robusta y honesta: sus editoriales eran esperados con inquietud por sus lectores, y sus columnas (Peccata Minuta Gremial, por ejemplo) destilaban tal aire de familiaridad y de conocimiento del terreno que se tornaban irresistibles. También desarrolló una intensa actividad en el campo institucional, y fue uno de los fundadores de la Asociación Cinematográfica Argentina de Mutualidad, de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina y de la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina, entre otras. Escribió no sólo en su periódico: publicó cuentos y ensayos sobre temas diversos y la novela El asesino de sí mismo (1929); su primer relato apareció en la Revista Semanal de La Nación el domingo 27.7.1930 con el título Madurez, y sus artículos periodísticos iniciales en un diario (“Primeros planos de Hollywood” el 14.6, “Cómo se trabaja en Hollywood” el 9.8 y “La jerarquía de Hollywood” el 30.8) fueron publicados en 1931 en La Prensa, firmados con su nombre real.
Chas, el
hombre, también fue una leyenda, por su autoridad, por su don de gente, por sus
infaltables habanos y hasta por sus amantes, por lo general actrices jóvenes en
busca de estrellato, por lo que permaneció soltero la mayor parte de su vida
hasta que en 1964, pasados ya los 60 años, se casó con María del Rosario
“Moira” Martínez Quintana, joven redactora del Heraldo y hermana de otra de ellas, Mariana Martínez Quintana, que
tras casarse comenzó a firmar con el apellido de su esposo, Salinas. Moira
heredó la revista y también la profesión, a la que sigue honrando con el nombre
Moira Soto. Pero hacia el mediodía del 1.2.1968, cuando sumaba 63 años y su
hija Moirita estaba a punto de cumplir 3, Chas se aferró al volante de su coche
y lo hundió en el Río de la Plata, por causas nunca reveladas.
Además de
observador privilegiado de los avatares de la industria, intervino en cuatro
films: como productor asociado de La
canción del gaucho (José A. Ferreyra, 1930); como director con Alberto
Etchebehere de ¡Segundos afuera!
(1937), poco memorable comedia de ambiente boxístico; interpretándose a sí
mismo en Corrientes... calle de ensueños
(Román Viñoly Barreto, 1948); y como autor, con el director Fregonese, del
argumento original del clásico policial Apenas
un delincuente (1948).
Y DE YAPA:
El Heraldo
El Heraldo del Cinematografista, cuyo primer
número fue publicado el miércoles 1.7.1931, apareció a caballo entre el mudo y
el sonoro. Tantísimos años más tarde resulta evidente que fue la revista
gremial más exitosa y prestigiosa de entre todas sus colegas, anteriores y
posteriores, y su influencia se extendió hasta finales de 1988. Chas tomó el
esquema de la estadounidense Variety, que aparecía desde 1905 en Nueva
York. Su primer acierto fue excluir los avisos pagos, excepto aquellos que
publicitaban proyectores, lámparas y otra maquinaria para los cines; hasta
diciembre 1971 apareció invariablemente los miércoles; contaba con
corresponsales en el interior y el exterior; y en cada número-aniversario
desplegaba una gran variedad de colaboraciones especiales que incluyeron a
Stanley Kramer y Jacques Feyder.
En el
ejemplar que celebraba los veinte años, Chas escribió un breve artículo que da
buena cuenta de cómo hacía su revista: “Durante varios años fui el único
redactor de Heraldo, pudiéndose aplicar a mi labor la vieja frase de «yo
la escribo, yo la vendo», con la variación final, esto es, trastocando el «...y
yo la leo», por la de «...y la lee el exhibidor». Muchas semanas veía quince
películas, escribía las crónicas, corregía las pruebas, doblaba la revista, la
ensobraba, la llevaba al correo y visitaba, sin excepción, a todos los
exhibidores de lo que hoy es el Gran Buenos Aires; cuando mis posibilidades lo
permitieron, hice giras por el interior con el exclusivo propósito de difundir
la publicación... Luego, la tarea fue menos difícil... Primero, porque la
seriedad de la revista simplificó la tarea, y segundo, porque conté con
eficaces colaboradores”. Algunos de ellos se llamaron Pedro Perlongher, que se
ocupaba de la administración, Domingo Di Núbila, Clara Fontana, Lucio Vértiz, Fred
Marey, las hermanas Annia y Lidia Ingster, Jorge Miguel Couselo, Hugo Suvcoplas
(que al comienzo firmaba “Hugo Pirán”) y Mariana Salinas. Desde 1953 publicó,
además, la Guía Heraldo de frecuencia anual.
Chas de
Cruz fue un soltero empedernido que con gran discreción supo mantener affaires
sentimentales con algunas estrellitas del show business aborigen. Hasta
que a mediados de los 60 su redactora Mariana Martínez hizo ingresar a la
Redacción a una hermana suya llamada María del Rosario, de la que el ya maduro
Chas se enamoró perdidamente, con la cual se casó y hasta tuvo una hija llamada
Moira Chas de Chruz Martínez. La joven esposa, que era una cinéfila a tiempo
completo, comenzó a escribir en la revista aunque muy rara vez firmaba y cuando
lo hacía era “Moira Chas de Cruz”, en un primer renuncio a su conocida posición
feminista. Ella fue de alguna manera responsable de que el Heraldo del
Cinematografista pasara desde el primer número de 1967 a denominarse Heraldo
del Cine, y supo acompañar a su marido en muchos de los innumerables viajes
que emprendía, desde Bahía Blanca y Montevideo hasta Europa y los EEUU.
1968-1972: los años de Moira
Tras la muerte de su fundador, el Heraldo
comenzó su segunda etapa, bajo la dirección de la heredera, quien de a poco
modernizó el diseño gráfico; incorporó las “páginas verdes” que contenían un
suplemento dedicado al film publicitario, entonces en pleno auge; desde el
30.7.1969 le puso tapa y por un tiempo lo hizo vender en los kioscos;
estandarizó el uso de la firma del cronista al pie de cada reseña e incorporó
nuevos redactores: Oscar Matsudo, Jorge Pantano, Edmundo “Mondy” Eichelbaum,
Daniel López, Rolando “Roly” Hernández, Alberto “Chuqui” Ojam y, notoriamente,
Máximo Soto, joven publicista con variados intereses culturales y artísticos
que de alguna manera devino el ideólogo principal de esa etapa del semanario:
además, se casó con la joven dueña, quien en otro renuncio a su militancia pasó
a firmar como “Moira Soto”, que mantiene todavía aunque ya separada de Máximo.
Ese segundo tiempo del Heraldo, del que participé activa y gozosamente, fue de alguna manera “raro”, una especie de híbrido entre una revista gremial pura y dura y una revista de cine culturosa, al estilo de los Cahiers du Cinéma, con densos, extensos artículos sobre la filosofía del cine o acerca de la obra de algunos directores y escritores, que dejaban perplejos a muchos de los suscriptores históricos, aunque es preciso aclarar que la información del día-a-día del negocio nunca estuvo ausente. Esos artículos “diversos” eran por lo general firmados por Máximo, quien podía sumar su propia visión de El Santo de la Espada (Nilsson, 1969) en casi tres columnas plenas a la de Hugo Suvcoplas de una columna y media, o dedicarle tres columnas al comentario crítico de La Vía Láctea (La Voie Lactée, Buñuel, 1968) u otras tres a El altar de sangre (Curse of the crimson altar, Vernon Sewell, 1968). Visto a la distancia, y aunque todos los que en aquellos años hacíamos el Heraldo estábamos imbuidos de una especie de mística cinéfila, era obvio que ese esquema era financieramente insostenible. Y a mediados de 1972 Moira debió vender la revista.
1972-1978: los años de Almada
& Garrido
Desde enero 1972 la revista cambió su día de salida
a los martes, y desde el siguiente 10 de julio a los lunes: éste fue el primer
ejemplar bajo la dirección de los nuevos dueños, Alberto Almada y Alfredo
Garrido. Periodistas popularizados a través de la audición radiofónica Fila
13, contrataron a Salvador Sammaritano, quien ejerció como director por
breve tiempo. Desde entonces se suprimieron las firmas, se encaró una
diagramación caótica, la fecha del ejemplar y la numeración de las páginas
ofrecían dificultades para ser encontradas y se abusó de la auto publicidad
(sus dueños eran empresarios del café-concert Embassy, de la agencia
publicitaria AG & Asociados SA y, sólo Garrido, de la distribuidora Gamo
Producciones SRL) sin que les importara el choque de intereses. Almada falleció
el 28.9.1974 y desde abril 1976 Garrido dejó de acreditarse como dueño de la
revista, aunque siguió siéndolo hasta el ejemplar aparecido el 19.6.1978. Su
gestión fue el principio de la decadencia del semanario, notorio en un ejemplo
puntual en el que el cine y sus hacedores eran rebajados ante el “chivo”
descarado: véase el tratamiento periodístico dado por el Heraldo a la
muerte de John Ford (1973, pág. 284).
1978-1988: los años de Angelito
La gestión de Luis Angel Bellaba al frente de
Heraldo del Cine SA, como se denominó la empresa que desde su mandato publicó
el semanario, podría ser calificada –parafraseando al “Minguito” que
interpretaba Juan Carlos Altavista– como ’se igual, o, en términos más formales, “todo
da igual, no importa qué publiquemos”. Bellaba había sido director de cortos,
productor y distribuidor de largometrajes y empresario ocasional (alquiler de
equipamiento técnico, gerente de estudios de cine) antes y después de que le
comprara la revista a Garrido. El primer número bajo su órbita fue publicado el
6.7.1978. En tanto presidente de la SA colocó al veterano Gedalio Tarasow como
director periodístico, conservó a Suvcoplas e incorporó a Guillermo Alamo así
como a un par de redactores de dudosa calaña ética y moral, sobre cuyos nombres
es preferible tender un piadoso manto de olvido. Angelito y su entonces esposa, la actriz Marisa Grieben, lograron que el semanario sufriera
horrores estéticos por medio de una diagramación en verdad delirante –sólo
comparable a la de la gestión Jacobson's-Ariño en su colega Gaceta de los
Espectáculos–, de títulos sin pies ni cabeza, de textos pésimamente
escritos, de la omisión casi permanente de la numeración del ejemplar y de sus
páginas –cuando no su repetición lisa y llana–, de ejemplares mal cortados y
mal abrochados y, peor aún, de errores imperdonables en los datos técnicos de
los films comentados.
Apareciendo desde 1978 los días jueves, luego los viernes, desde marzo 1985 devenido quincenal y en sus dos últimos años de aparición discontinua, el Heraldo de Bellaba registra un importante aumento en la publicidad paga, gran cantidad de números especiales, una notoria expansión comercial con la mira puesta en el extranjero y la incorporación de comentarios sobre otros medios, como la publicidad, los discos, la televisión y el novedoso video. Lo que deja como impresión general esa última gestión es que, en realidad, le importaba muy poco el contenido periodístico si no estaba en directa conexión con la publicidad que lo sostenía; más aún, el tema era el cine, pero bien podría ser cualquier otro en tanto y en cuanto produjera dinero. Un ejemplo muy flagrante de desinformación fue el artículo necrológico sobre el fallecimiento de Armando Bo: el lector interesado nunca pudo encontrar allí (pág. 827 del nº 2.596 del 16.10.1981, ocho días después del suceso) la fecha de la muerte y sí una seguidilla de obviedades ya publicadas días antes en todos los otros medios locales.
Agonizante, el Heraldo del Cine publicó su último número el
26.11.1988. Nunca más hubo revistas gremiales en la Argentina, no al menos de
alguna envergadura.
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