PERFILES
Cacho,
o cómo vivir a expensas de la Revolución
Después de la tormenta resultó, muy coherentemente, el último film en el que intervino Edgardo Pallero (Edgardo Gaudencio Domingo Pallero; Santa
Fe, Santa Fe, 23.8.1935 / Buenos Aires, 6.7.1992), productor de varios títulos
hechos en el continente que tienen en común su temática de contenido social y
político. “Cacho” Pallero fue uno de los alumnos iniciales del mítico Instituto
de Cinematografía de la Universidad Nacional del Litoral, del que egresó en
diciembre 1962 diplomado en Dirección de Producción Documental, adjudicándosele
el puesto de jefe general del Taller de Realización. Durante sus años de
cursada participó en cortos allí realizados, incluyendo Tire dié, y hasta dirigió uno con sus compañeros Elena G. de
Azcuénaga y Juan Fernando Oliva. Devino entonces amigo y asistente de Fernando
Birri, director de esa escuela, colaborando en varios de sus siguientes
trabajos, siempre en el rubro producción: alguna vez declaró que no le
interesaba seguir una carrera como director. Con Birri, David Cwilich, Saulo
Benavente y Federico Nieves fue socio de la Productora América Nuestra SA, que
produjo el clásico Los inundados y ayudó
a terminar Dar la cara (José A.
Martínez Suárez, 1961), aunque en éste Pallero no tuvo intervención personal.
Luego, con su esposa Dolly Pussi
(Rincón, Santa Fe, 1938 / 20.5.2022), también ella dedicada al rubro producción
y ocasional directora, se estableció hacia 1964 en San Pablo, donde se vinculó
al productor Thomaz Farkas actuando como productor ejecutivo en varios cortos y
mediometrajes surgidos del riñón del movimiento renovador conocido como Cinema
Novo: cuatro de ellos, los
primeros, realizados entre agosto 1964 y marzo 1965, tuvieron mayor
difusión cuando fueron reunidos en un largometraje distribuido en 1968 con el
título Brasil verdade. Pallero trabajó en esa zafra codo a codo con
Sérgio Muniz, y en algunos de ellos aparece otro argentino, Manuel Horacio
Giménez, quien acompañó a los Pallero y a Birri en aquel viaje iniciático. “Yo
siempre cuento la misma historia: se quedó porque tenía un modo particular de
lidiar con la gente de acá. Fernando Birri, por ejemplo, agendaba una cita con
los cineastas a las 10, en algún lugar de Río. Iba y los cineastas no
aparecían. Se volvía loco. Pallero quedaba a las 10:00 am y los cineastas no
estaban, entonces se iba a la playa y encontraba a todo el mundo. Era esa una
gran diferencia entre los dos. Pallero, que ya murió, era un gran profesor”, lo
recordó Farkas en entrevista concedida a un reportero de Pesquisa (enero 2007). Toda esa producción de Farkas destaca por la
rigurosidad de su contenido temático sino también por la creatividad y
precisión de sus títulos de crédito: gran parte de esos films está disponible
en YouTube.
Conocí a Cacho precisamente a su
regreso de Brasil: frecuentaba las oficinas del Cine Club Núcleo en el 8º piso
de Lavalle 2016, donde yo trabajaba como empleado todo-terreno y él solía
reunirse con Walter Achúgar, Armando Bresky y Bernardo “el Colorado” Zupnik,
sus socios en la fugaz distribuidora Renacimiento Films, que utilizaba esa
misma oficina y de la cual fui “secretario” –así figura en la Guía Heraldo
del Cine 1968, aunque en realidad sólo me ocupé de la prensa de su primer
estreno, el italiano I pugni in tasca (idem, Marco Bellocchio, 1966). [Flashback a 1968: fiesta de casamiento de Bresky
en el Club Americano de Viamonte casi Cerrito;
comparto mesa con los Alsina Thevenet, se acerca Walter y saca a bailar a Eva,
se les unen Dolly y Cacho, los cuatro briosos, bellos, felices, olvidados de
estar bailando en un rincón del Malvado Imperio]. En aquellos días Cacho era,
además, el jefe de posproducción de La hora de los hornos, el documental
de Solanas filmado clandestinamente durante esos años 1966-1968. Los
Pallero-Pussi volvieron a emprender viaje y vivieron y trabajaron en varios
países del continente: otra vez Brasil, Bolivia, Cuba, con viajes intermitentes
a Buenos Aires.
Sin embargo, antes que por su valioso aporte concreto a films específicos, su trayectoria debe medirse por su condición de, podría decirse, gestor cultural en el campo del cine, participando en la organización de festivales (Viña del Mar, Mérida, La Habana) y en la conformación de entidades (el Comité de Cineastas de América Latina, el Frente de Liberación del Cine Nacional, la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano). Oficiaba de delegado en la Argentina del Festival de La Habana, elegía films e invitaba a personalidades y cada vez que nos encontrábamos solía casi ahogarme en un abrazo mientras decía en voz alta que yo era uno de sus primeros amigos en su carrera como productor y distribuidor, aunque jamás se dignó invitarme a una de las ediciones del Festival, invitación que de todos modos hubiera declinado puesto que procuro no visitar países gobernados por dictadores.
El Festival Internacional de Cine
de Huesca (España) le puso su nombre al premio al mejor film iberoamericano de
cada edición, y otros honores le fueron concedidos en forma de films a él
dedicados, La nube (Solanas, 1997),
el precario corto santafesino Homenaje a
un pionero: Edgardo “Cacho” Pallero (Rolando López, 2004) y el largo Edgardo “Cacho” Pallero (2008-2019),
éste dirigido por Dolly y montado por su hijo Fabio, quien también ofició de
asistente de dirección y se ocupó de la posproducción de imagen. Otra hija, Magalí,
como era previsible, también se dedicó al cine, y Mario Pallero, tal vez un
sobrino, aparece como asistente de producción en el mediometraje santafesino Candidato (Raúl Beceyro, 1987). Con
Dolly conformaban una de esas parejas “para toda la vida”, y casi no hay
mención a ambos en que no se los señale como “compañeros”: es curioso –y tal
vez digno de un análisis sociológico– que los militantes de la izquierda se
autoperciban sólo “compañeros”, nunca “mi esposa” o “mi marido”…
El documental de Dolly fue rodado
de manera intermitente durante muchos años y terminado tan sólo en 2021,
producido por Nicolás Batlle y Tristán Bauer para Magoya Films SA, la
Universidad Nacional de San Martín y el INCAA: nunca llegó a los cines y sólo
puede ser visto en la plataforma Cine.Ar.Play, que lo ofrece con el título
“Edgardo «Cacho» Pallero, el surubí”, en tanto otras fuentes lo mencionan como
“El año del surubí”, aunque el título en
el film mismo es, simplemente, Edgardo
“Cacho” Pallero. Contiene todo lo que cualquiera gustaría saber sobre el
personaje desde su nacimiento, con excelente y abundante material gráfico. E
incluye un sentido retrato trazado por Solanas con cariño y admiración: “El que
quiere ser productor es una especie de mosca blanca: nadie quiere ser
productor. Cacho era una excepción absoluta: el suceso de Cacho es que era una
excelentísima persona, que respiraba bondad, respiraba comprensión, muy sereno,
muy cauto, inteligente, culto”.
Cacho, en fin, fue uno de los
menos célebres propagandistas de las bondades del “paraíso” socialista cubano
en el que, con su familia, vivió larga y espléndidamente como un extranjero
privilegiado, aunque jamás se lo escuchó –verborrágico como era– pronunciar
públicamente una sola palabra acerca de la pobreza y las carencias materiales
en las que el régimen castrista sometía al pueblo ni sobre las detenciones, las
torturas, el encarcelamiento y hasta las ejecuciones de opositores que con
tanto ahínco practicaba. Renuncios que también ocultaban propagandistas más
célebres, como García Márquez, Cortázar, Galeano y Birri.
A pesar de todo lo cual, siempre
me daba placer encontrarnos.
FILMOGRAFIA
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