CINEASTAS
¡Kitsch, camp,
trash!
–El cine de
Enrique Carreras–
Vida
9. La
General Belgrano
EC dejó los
Estudios San Miguel, la SIFA, los programas radiofónicos y toda otra actividad
cuando, en 1949, se asoció con sus hermanos en lo que serían sendas Sociedad de
Responsabilidad Limitada (SRL): la Distribuidora Cinematográfica General
Belgrano y la Productora General Belgrano. En ambas empresas, que
funcionaron siempre en el mismo local de Ayacucho al 400, “Nicolás es el de las
finanzas, Luis el de las ventas en el mostrador, Enrique el que elabora las
películas”, como describió un artículo de Clarín
(27.2.1965). El equipo inicial, de acuerdo al Anuario del Cine Argentino 1949-1950, señalaba a EC como
director-gerente, a José Antonio Vega como jefe de Ventas y Programación, a
Juan R. Franco como contador y a Electra Real como jefa de Publicidad.
Tal parece que fue Nicolás quien eligió al general Manuel Belgrano para denominar la empresa, ya que era el único de los hermanos nacido en la Argentina. Primero armaron la distribuidora, que en ese año 1949 presentó en cines porteños apenas dos títulos: Con los mismos colores y un viejo film italiano, La mia canzone al vento. La productora nació poco después, cuando tras ser asociados en un par de films (Con los mismos colores, Bólidos de acero) los hermanos decidieron independizarse. Así, poco a poco, la empresa fue creciendo gracias al éxito de taquillas que lograban sus productos.
El gobierno
del general Juan Perón había habilitado una línea especial para
cinematografistas en el Banco Industrial de la República Argentina (que
dependía del Ministerio de Finanzas), que ofrecía “hasta el 70 por ciento del
costo de cada película a las empresas que tengan constituida una organización
estable, de solvencia y capacidad adecuadas, con los elementos e instalaciones
necesarios para ser consideradas autónomas; que hayan producido en el país tres
películas cinematográficas en los 365 días anteriores a la fecha de pedido del
préstamo y que cuenten con un plan mínimo de producción de tres películas a
realizarse en el país durante un año, a contar desde la fecha de la solicitud
de la operación. El interés será el que corresponde como préstamo ordinario
común, de acuerdo con el tipo de crédito de que se trate, a dos años de plazo,
con opción a una ampliación de 120 días”, según informó el Heraldo del Cinematografista (4.10.1950). Acudiendo principalmente
a esa fuente de financiación, los Carreras podían producir cada vez más
títulos, pero, además, Nicolás atraía socios inversores para cada film en
particular: exhibidores como Samuel Scheines y Vicente Marco o simplemente
señores con mucho dinero como José Soracco.
Cuando los militares de la Revolución Libertadora derrocaron a Perón, la fiesta cinematográfica del Banco Industrial tuvo un abrupto final. Un informe de la entidad liquidadora, publicado a finales de 1955, ofrece un dramático cuadro de situación: la mayor parte de las empresas que produjeron films en esos cinco años debía sumas enormes. Al 31.12.1954, la General Belgrano se encontraba caída en mora por la suma de 732.663,29 pesos, tenía un saldo deudor en cuentas corrientes por 767.901,68 pesos y un saldo deudor en documentos descontados por 2.205.832 pesos. Sin embargo, el informe aclara que la empresa de los Carreras, “que atravesó una situación económica-financiera delicada se recuperó a partir de 1954 y observa un cumplimiento normal”.
Se hace difícil
separar las actividades de ambas empresas puesto que no sólo funcionaban en el
mismo local y con el mismo personal sino que, además, la distribuidora
prácticamente ofrecía los films de la productora y sólo rara vez distribuía
material ajeno, fuera éste nacional o extranjero. Evidentemente, el principal
interés era el de producir, y para ello EC optó por encarar una línea temática
que privilegiaba las comedias livianas, aptas para todo público, heredada de
los teatros y salones de variedades (especialmente los que ofrecían
“españoladas”) que gustaba frecuentar. Cómicos e imitadores como los hermanos
Andreu y Alfredo Barbieri y cantantes como Lolita Torres y Amelita Vargas
fueron conformando la imagen inicial de la empresa.
El de 1953
fue un año clave. Por un lado, sus films tenían un sello propio desde sus
mismos títulos de crédito: en los márgenes de esos títulos el diseñador
Lebensohn dibujaba caricaturas de los actores vestidos con las ropas de sus
personajes. En esos años, Lebensohn también realizaba los títulos de los films
de Artistas Argentinos Asociados, pero con otro estilo bien diferenciado de
caracteres y sin caricaturas. También en 1953, un detalle resulta muy
significativo de cuan aceitadamente funcionaba la maquinaria General Belgrano:
en junio ya estaba definida la realización de Romeo y Julita, pero por compromisos horarios de algunos actores se
decidió adelantar el rodaje de Qué noche
de casamiento, pautado para más adelante.
Los films se manufacturaban a un ritmo acelerado y se concluían en apenas cuatro o cinco semanas, cuando el promedio habitual era de entre seis y ocho. Los costos eran considerablemente inferiores a los de empresas como Argentina Sono Film y Artistas Argentinos Asociados: la General Belgrano encaraba proyectos más económicos animados por actores de segunda línea en historias que se resolvían en uno o dos decorados principales armados en estudios alquilados. Asimismo en 1953 los Carreras tomaron la costumbre de contratar actores por más de un film, como ocurrió en julio con Amelita Vargas, Tito Climent, los Andreu y las parejas Leonor Rinaldi-Francisco Alvarez y Juan Carlos Thorry-Analía Gadé, todos ellos por tres títulos cada uno, y poco después con Elsa Marval por cuatro, de los cuales sólo concretó uno.
El ejemplo
de la General Belgrano cundió, por lo que una gran cantidad de oportunistas se
acercaron al cine alentados por la generosidad oficial y, ciertamente, por el
apoyo del público a los films argentinos de todo pelaje. Agudo analista de los
avatares de la industria, Domingo Di Núbila escribió sobre los “Peligros del
éxito” (sin su firma, pero en un artículo indisimulablemente suyo) en las
páginas del Heraldo (17.6.1953): allí
alertaba sobre la recurrencia a producciones en extremo pasatistas y reclamaba
una mirada más adulta en lo temático y más severa en su realización. Los
Carreras no hicieron caso al bien intencionado Di Núbila, quien, por su parte,
fue guionista en algún film de la empresa en esos mismos años. Durante la
entera década de los 50 continuaron fabricando comedias livianas y algún que
otro drama, siempre bajo las mismas características de gasto mínimo/rendimiento
superior. Nada cambiaría para los hermanos ni siquiera cuando, poco después de
la caída del peronismo, la industria experimentó su primera gran depresión,
tanto financiera cuanto creativa. Si entre 1946 y 1955 se había filmado un
promedio de 45 títulos anuales (1948 y 1951 marcaron el pico histórico, con 60
films en cada caso), los siguientes tres años indican claramente un estado de crisis:
se bajó a 29 en 1956, a 17 en 1957 y a 20 en 1958. En este período específico
de tres años calendario hubo dos empresas que lideraron el mercado: Argentina
Sono Film con 13 producciones y la General Belgrano con 9, a las que deberían
agregarse en este caso otras tres, producidas por sus asociados.
La General
Belgrano integró desde finales de 1954 la recién conformada Sociedad
Independiente de Productores de Películas Argentinas (SIPPA), de la que EC era
vocal y en la que José Dominianni era asesor letrado. La entidad tuvo muy corta
vida y se disolvió, por lo cual fueron aceptados en el seno de la más antigua
de las entidades del rubro, la Asociación de Productores de Películas
Argentinas (APPA), que integraban las empresas major.
En la
década siguiente, el pase de EC a Argentina Sono Film y los cambios
experimentados en la industria aborigen (una nueva ley, la creación del
Instituto Nacional de Cinematografía, el surgimiento de la Generación del 60,
los nuevos gustos de la audiencia) lograron que la General Belgrano
languideciera. La distribuidora estrenó su último film en 1968, y hacia 1972 la
actividad principal del local de la calle Ayacucho era una agencia de
Pronósticos Deportivos (PRODE). Sin embargo, la empresa existiría formalmente
hasta 1977, cuando produjo La mamá de la
novia.
Dos
ejemplos de cuánto le importaba a los Carreras la publicidad que, por otra
parte, solía ser intensiva, al menos en la primera mitad de los 50. Clarín
publicó el miércoles 31.1.1951 un aviso de sólo texto que decía:
“Comunicado...! Teniendo en cuenta el enorme interés despertado por el estreno
de Ritmo, sal y pimienta, que ha llevado al cine Normandie miles de
espectadores dispuestos a presenciar dicha película y que hacen que los
teléfonos estén permanentemente ocupados, la Distribuidora Cinematográfica
General Belgrano comunica que la première extraordinaria de la comedia
más alegre y divertida de todos los tiempos se llevará a cabo el próximo
miércoles”. Exageraciones al margen, Electra Real se ganaba merecidamente su
sueldo. Otro ejemplo: en el aviso publicado en diarios el miércoles 28.11.1951,
anunciando la “sexta semana triunfal” de El mucamo de la niña en el
Normandie, las figuras dibujadas de Lolita Torres y Alfredo Barbieri portan
sendos diarios; Torres vocea “sexta! sextaaa!...” mientras Barbieri, con
atuendo de mucamo, muestra una página que dice “...ya estoy filmando Las
zapatillas coloradas”.
A propósito
de la taquilla, a falta de cifras concretas (de espectadores, de pesos
recaudados) sólo es posible medir el mayor o menor éxito de los films de la empresa
por la cantidad de semanas de permanencia en su sala de estreno. Así, ese gran-éxito-gran
de los Carreras fue, sin duda, Ritmo, sal y pimienta, lanzado en febrero
1951, que se mantuvo en el Normandie nada menos que 9 semanas, a las que deben
sumarse 3 en el Trocadero. El segundo taquillazo le correspondió a otro
vehículo para Lolita Torres, El mucamo de la niña, estrenado en octubre
1951 asimismo en el Normandie, en el que permaneció 7 semanas. La restante,
abundante producción de la empresa durante esa década, siempre lanzada en salas
del circuito Lococo, se mantenía en cartel entre 2 y 5 semanas. Es decir,
salvaban el costo.
Otras empresas a las que EC estuvo asociado fueron Espectáculos Scheines Carreras, con Samuel Scheines (teatro) y San-Car SA, con Luis Sandrini (teatro, TV y apenas un film, Hoy le toca a mi mujer).
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