TEMAS
Fue intervenido el director
Ferreyra
“Nunca cuento una anécdota por la anécdota misma,sino que está puesta al servicio de algo más grande”. Leila
Guerriero, La Nación, 24.10.2020.
Hija
ilegítima de un hombre casado y una mujer que muere al parirla, Elena Lucena
crece en un convento, mantenida por su padre (Félix Tortorelli) y querida
apenas por el viejo Eloy Alvarez, amigo del padre. Cuando aquel comete
suicidio, la muchacha debe abandonar el convento para pasar a vivir con su
familia putativa (esposa, hermana e hija del suicida, todas muy malas), de la
que se aleja apenas llegada en compañía solidaria del sufrido viejo, mudándose
a una pensión que costean él dando clases y ella como “modistilla” hasta que un
día el viejo enferma de gravedad. Paralelamente, ya desde que vivía en el
convento, Lucena novia con Roberto Escalada, hermano rico de una de sus
compañeras, romance que queda trunco por cobardía del joven, cuyo padre impide
la boda por la diversa “situación social y moral”; y no sólo cobarde: puesto
que no pueden contraer matrimonio, sugiere que sí podrían vivir juntos en,
digamos, concubinato, algo que Lucena rechaza espantada. El viejo muere al
mismo tiempo que Lucena es despedida del taller, iniciando así su descenso al
infierno del cabaret a instancias de una cliente (Cora Farías) de ese taller,
que le aconseja hacerlo para salir de la segura miseria: “Por qué no habré
hecho antes lo que no tuve más remedio que hacer después”, reflexiona la madura
instigadora a modo de sabia lección. Hacia el final convergen: la desorientación
de Lucena ante la posibilidad de meterse en la “mala vida” (a estas muchachas
de Ferreyra, ¿nunca se les ocurría conseguir un trabajo normal?: Manuel Romero
al menos las empleaba en las grandes tiendas), la decidida prostitución de la
hermana (Niní Gambier) del galán (“un demonio, demasiado liberal”) y el galán
mismo, quien, hecho “una piltrafa”, se embarca hacia un futuro más venturoso,
aunque ya a bordo divisa a su amada sentada en la entrada de un conventillo (la
magia del cine, se diría) y le grita: “Me voy, pero volveré”, frase salvadora
que dibuja un esbozo de sonrisa en la cara de Lucena.
Tan tremebundo argumento es contado en Pájaros sin nido (1940), que resultó el
penúltimo film de José A. Ferreyra, notable cineasta, pionero del cine mudo. Lo
escribió él mismo con Mariano de la Torre, periodista y dramaturgo rosarino de
quien éste fue su único aporte al cine. Todo el asunto es Ferreyra puro, con
ramalazos de sus Mientras Buenos Aires
duerme (1925), con una muchacha “fruto del pecado”, y Melenita de oro (1923), con muchacha a quien la fatalidad empuja al
cabaret, sin perder de vista que, detalles más, detalles menos, el tema de las
“mujeres arrojadas al fango de la existencia” –alguien dice tal frase hacia el
final– atraviesa su casi entera obra. Para disfrutar el film por completo, el
espectador debe hacer caso omiso a que la enorme mayoría de las internas del
convento suman más años de los convenientes: Lucena, por ejemplo, tenía 26
cuando hizo este film, y se le notan. Sólo el amor que le profesaba el director
puede justificar no ya ese desliz de casting sino el film todo,
folletinesco hasta la delicia. Quien saca las papas del fuego, como en cada una
de sus pocas apariciones en cine, es Niní Gambier, extraordinaria actriz,
siempre y en cualquier medio, aunque nunca gozó del nivel protagónico que su
talento reclamaba a los gritos.
Pájaros sin nido fue su penúltimo film y, al igual que el último, es preferible distraerlo a la hora de valorar su aporte al cine argentino, una situación que también puede aplicarse a la obra de Luis Saslavsky, en la que es menester tender un piadoso manto de olvido sobre sus tres últimos films. Sin embargo, en el caso de Ferreyra se debe dejar constancia de su fidelidad extrema a temas, personajes y ambientes diseñados con un aliento poético que siempre se sobrepone a las inverosimilitudes y saltos narrativos tan frecuentes en ese cuerpo de obra.
Toda copia de Pájaros sin nido desapareció de los cines y la TV desde mediados de
los años 60 del siglo XX. Sin embargo, como obedeciendo a una máxima de Henri
Langlois (“Estoy seguro de que no hay películas definitivamente perdidas, que
tarde o temprano todas van a aparecer”), una copia apareció y fue exhibida en
el Festival marplatense en 2015. Esa copia había sido donada al Museo del Cine
Pablo C. Ducrós Hicken por alguien que sus propias autoridades ignoran, no
recuerdan, no quieren revelar o les da pereza buscar en sus registros, donde
debería constar ya que es una institución municipal: María del Carmen Vieytes,
veterana empleada del Museo, prometió conseguirme el dato y llamarme cuando lo
ubicara, algo que continúo esperando desde septiembre 2019.
La requisitoria no era caprichosa, como se
deducirá de las líneas siguientes. No pude ver el film en esa edición del
Festival pero sí cuando, cuatro años más tarde, fue emitido por la señal de
cable Cine.Ar (martes 24.9.2019 a las 16), ocasión en la que pude comprobar, en
primer lugar, que si fue restaurada (como asegura el Catálogo de la muestra
marplatense) lo fue apenas, ya que el resultado indica que fue digitalizada
pero sobre un original deplorable. Esa copia contiene dos números musicales que
en una primera visión “me hicieron ruido” y en visiones posteriores (29.9.2019
en casa de Delia Vena, que lo había grabado, y 5.1.2020 en una repetición por
Cine.Ar) terminaron no sólo por convencerme de que eran ajenos al film sino que
incitaron mi espíritu de investigador y me hicieron concluir en que esa copia
fue “intervenida”, término éste aplicado en tiempos recientes a algunos films
pero con un sentido creativo.
Tras el número musical en el que Lucena
canta Madre, el cambio de acto
comienza con un hombre de espaldas entrando a un cabaret de morondanga, donde
una mujer algo entrada en carnes canta una canción: poco a poco, el montaje
revela a algunos de quienes la escuchan, entre los cuales reconocí, sin duda
alguna, a Carlos Perelli, a Nathán Pinzón y a Néstor Deval, todos los cuales
coinciden en La mujer y la selva
(1940-1941), film posterior del
director, en el que la cantante regordeta era su protagonista, Fanny Loy.
La mujer y la selva: Fanny Loy y Carlos Perelli
De inmediato hay otro número musical, una versión de Bésame mucho, el bolero de Consuelo Velázquez devenido un clásico, que compuso en 1925 y cuya primera grabación por Emilio Tuero data de 1941, lo que significa que mal pudo ser incluido en su film. Esa versión es cantada por una mujer morena en un castellano con marcado acento extranjero, en un decorado que luce como una pista de baile rodeada por mesas ante las cuales hay gente con aspecto de western, si se presta atención a los sombreros de los señores. La canción, que culmina con unos pasos de baile muy estilizados en que la morena es acompañada por un bailarín profesional, es interrumpida por breves planos, uno de los cuales muestra a un hombre rubio, de llamativa camisa, cuya sonrisa me sonó conocida. Puesto a averiguar de qué se trataba, confirmé que era una escena de Cowboy and the senorita [sic], producción Republic 1943 dirigida por Joseph Kane, protagonizada por Roy Rogers (el sonriente cowboy) con Dale Evans como la senorita en cuestión –también hay un plano de John Hubbard– y lanzado en todo el mundo en 1944. Lo curioso es que ese film no fue estrenado en la Argentina, o si lo fue no figura en los registros del Heraldo: la filial porteña de esa empresa (Republic Films Argentina Corp.) lo anunció en su plan de estrenos 1945 con el título “El vaquero y la señorita” y como uno de los “6 cowboys de Roy Rogers”. Puesto a suponer, deduzco que el film llegó a la Argentina pero la distribuidora no pudo colocarlo, o lo colocó de facto en cines de barrio: alguien, entonces, tuvo esa copia en su poder, que terminó en el Museo del Cine. Asunto que recuerda un caso inverso: para su estreno porteño, el film mudo alemán Das tagebuch einen verlorenen (E. W. Emo, 1929, con Siegfried Arno) fue sonorizado en la Argentina por la SIDE mediante el sistema Vitaphone y lanzado con el título bien criollo Flor de fango, que no sólo tenía que ver con la historia que contaba (las desventuras de una muchacha “caída en el pecado”) sino con el tango que se dejaba escuchar (y ver) por Ada Falcón. Otra “intervención”.
En el Festival de Mar del Plata 2019 coincidí
con la directora del Museo, Paula Félix-Didier, y con uno de sus
investigadores, mi muy estimado Andrés Levinson. A riesgo de ser considerado un
hincha pelotas, y atendiendo al hecho cierto de que Mary Vieytes seguía
guardando un pertinaz silencio, volví a la carga: Félix-Didier me derivó a
Andrés, quien confesó que todo el malhadado embrollo había sido culpa suya, ya
que confundió un acto de Pájaros sin nido
con lo que acabó en su reemplazo, de lo cual se deduce que a la copia del film
argentino le falta un acto, el que va del tango Madre y la moribundez de Eloy Alvarez hasta el acto final, en el
que el viejo ya está muerto y Lucena hundida en el pecado. Sin embargo, todo el
trámite, incluyendo las “intervenciones”, dura 68 minutos, esto es, 8 minutos
menos que el film original.
Ahora bien: si la tal copia ya estaba
“intervenida” en 2015, habida cuenta de que Andrés confesó su culpabilidad –sin
siquiera ser torturado como en un film policial– y por lo tanto era consciente
de que había que enmendar el error lo antes posible, y considerando que la
gestión de Félix-Didier en el Museo hizo hincapié desde el primer día en temas
como restauración, recuperación, digitalización y preservación de los films,
temas que aborda de festival en festival, llama poderosamente la atención la
desidia con la que encararon este caso en particular, ya que pasan los años y
el film continúa siendo exhibido en su versión falsa sin que nadie mueva un
dedo.
Con estas menudencias también se escribe la
historia del cine.
Pájaros sin nido
Argentina,
1940
35mm
/ B&N / 76’ / SR
EQ CP: Argenfilm. SCP: Abel Valente. D: José A. Ferreyra. G:
José A. Ferreyra y Mariano de la Torre, con diálogos de Mariano de la Torre. F, [CM]: Osvaldo Falabella. FQ: Juan Carlos Landini. JR: Roberto Figueira. E: Vita. V: Miranda. MQ: Miguel
Angel Casals [Casal]. S: Fernando
Murúa. AS: Angel Fornaro. C: Emilio Murúa. M: Adolfo Carabelli. CN:
de Carabelli, Pracánico y Servetto: [Plegaria,
de Adolfo Carabelli, por coro femenino; Pájaros
sin nido, de Verminio Servetto (l) y Adolfo Carabelli y Francisco Pracánico
(m), y Madre, tango, de Verminio
Servetto (l) y Francisco Pracánico (m), ambas por Elena Lucena]. EF: Estudios Metropolitan. LOC: BA (un parque, puerto). L: Cristiani [Estudios Film]. FR: 22.7.1940 al 6.9.1940. CD: La Sud Americana de Films. LC: 13.11.1940, cine Monumental.
I&P Elena Lucena (Malena Páez) / Eloy Alvarez
(don Marcos), Niní Gambier (Mónica Vélez), Roberto Escalada (Jorge Vélez) /
Cora Farías (Cora, amiga “artista” de Mónica), Alicia Rainer (interna Laura
Reyes), Carmen Jiménez [Giménez] (Mercedes, casera de la pensión), Mabel
Urriola, Aurelia Musto (hermana de Páez) / Esther Da Silva, Celia Lanaro (RM
superiora), Félix Tortorelli (Vélez, padre de Mónica y Jorge), Jorge
Montealegre (Luis Reyes, alumno que escribe “Errare humanum est”), Edna Norrell (Beatriz, cliente rubia del
taller de costura y planchado), Haydée La Rocca, Pura Díaz (jefa del taller de
planchado y costura), Lidia Gorreta / na
Gloria Ugarte (extra: una interna), María Duval (extra: una planchadora),
Horacio Priani (alumno Vidal), José Arias Callicó (mozo del Café de los
Náufragos). [Personajes en busca de actores: RM Carmelita / internas del
convento / madre de Laura / cadete que entrega a Laura un regalo de su madre /
interna Lidia: “mi novio es más lindo” (que Robert Taylor, en una foto que alguien
muestra) / viuda de Páez / Carolina Páez, la hija “legítima” / dos alumnas de
Cora / varias planchadoras y modistillas / compositor fracasado de óperas en el
hotel del Ejército de Salvación / alternadora en el Café de los Náufragos que
conversa con Jorge].
F&P Estrenado en 1941 en seis cines de Lima,
distribuido por Selecciones Ibarra SA / 30º Festival Internacional de Cine, Mar
del Plata, BA, 30.10-7.11.2015, sección Clásicos Nativos: Cine Argentino
Siempre III.
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