jueves, 24 de abril de 2025

TEMAS

Exilios cruzados (II)

De entre los profesionales del cine argentino que debieron exiliarse durante los dos primeros gobiernos de Perón y en la consiguiente dictadura militar, por su importancia y por la cantidad destacan algunos escritores (argumentistas, adaptadores, guionistas), y no es para nada casual que todos ellos lo hicieran en México.

   La relación entre el cine mexicano y los escritores argentinos tiene larga data y en un principio se limitaba a la compra por parte de productores aztecas de los derechos para cine de argumentos originales y de piezas teatrales de gran éxito continental. Así, aportaron sus temas comediógrafos y dramaturgos como Goicoechea & Cordone, Darthés & Damel, Malfatti & Llanderas, Samuel Eichelbaum, Conrado Nalé Roxlo y los extranjeros Armando Moock y Eduardo Borrás, que entonces residían en la Argentina; novelistas como Hugo Wast, cuya novela Flor de durazno mereció dos versiones aparte la argentina muda; libretistas radiofónicos como Silvia Guerrico, que vendió dos novelas suyas mientras ningún productor argentino le compró alguna, y guionistas como Roberto Ratti, Alberto de Zavalía y Alfredo G. Volpe, cuyo argumento para La fuga fue refilmado allá como Medianoche pero atribuyéndolo a Luis Saslavsky. Hacia comienzos de los 50 la industria cinematográfica mexicana había logrado aventajar a la argentina en cantidad y en distribución mundial, revirtiendo la situación de los 30 y primera mitad de los 40, situación que hacía más que ventajoso el hecho de que tantos escritores locales la eligieran como meta. Así, los primeros en emprender el obligado exilio fueron Alejandro Verbitsky en noviembre 1951, Ulyses Petit de Murat en junio 1952 y Tulio Demicheli en marzo 1953.

   El segundo grupo en exiliarse en México lo hizo por los motivos opuestos. Julio Porter a mediados de 1956 y José María Fernández Unsain y Alfredo Ruanova a finales de 1957: los tres eran, en mayor o menor grado, notorios, declarados simpatizantes peronistas, y los militares de la autodenominada Revolución Libertadora que en 1955 lo derrocaron se mostraron, también ellos, hostiles a todo aquel que adhiriera al “régimen depuesto”, eufemismo inventado entonces para evitar toda mención explícita a Perón y su movimiento político. El alejamiento de Porter fue particularmente traumático: al comenzar mayo 1956, fue expulsado como socio (y entonces vicepresidente) de la Asociación Argentina de Directores Cinematográficos, luego de que la siniestra Comisión Investigadora de la dictadura encontrara irregularidades por él cometidas en los años previos; el respectivo comunicado llevaba la firma del secretario de la entidad, Carlos Borcosque. La Argentina experimentó, así, una situación paradójica cuando al mismo tiempo regresaban al país los que habían debido exiliarse y emprendían la retirada los nuevos caídos en desgracia. Como un sino trágico, esa situación se reiterará años más tarde.


   Los seis escritores mencionados debieron adaptarse a una industria mucho más intensa que la Argentina, aunque menos exigente en términos de calidad. Sobrevivieron con dignidad, trabajando en algunos casos a destajo escribiendo a pedido historias para Libertad Lamarque, Cantinflas, Arturo de Córdova, Silvia Pinal, Tin Tan y Miguel Aceves Mejía, así como films-para-niños, dramas de terror, rancheras (esto es, el equivalente al western), melodramas tupidos y todas las variantes sub genéricas posibles. Algunos, como Demicheli, Porter y Fernández Unsain, también dirigieron y produjeron films.

   Se enfrentaron a un esquema de trabajo que, básicamente, era parecido al argentino (estudios-estrellas-géneros), pero debieron adaptarse a algunas de sus particularidades. Por ejemplo, rodajes que en su mayor parte insumían apenas dos o tres semanas; equipos técnicos que se contrataban en bloque; filmación simultánea de dos producciones de temática, ambientación y elenco similares; estudios de dimensiones monumentales (sólo los de Churubusco detentaban una treintena de sets mientras aquí los de mayor capacidad eran los de Argentina Sono Film y Estudios San Miguel ¡con cinco galerías cada uno!). Todos ellos trabajaron para los más destacados productores, con Gregorio Walerstein a la cabeza (Walerstein era el Atilio Mentasti mexicano), pero apenas tres –Porter, Unsain, Ruanova– incursionaron en una empresa de la que no existía equivalente argentino ni tampoco en su propio país: Estudios América SA, cuyo titular era Antonio Matouk, producía series de largometrajes en tres episodios que podían ser comercializados por separado tanto en cine, como complemento de programa, o bien por la TV; esos episodios no debían pasar de los 29 minutos de duración cada uno, evitando de ese modo las estrictas reglamentaciones sindicales respecto de cantidad de técnicos, sueldos de los actores y costos diversos. Así, cuando a finales de 1963 una feroz huelga enfrentó a estudios y productores, América continuó trabajando a su ritmo habitual.



   [Aunque mejor conocido como director, Luis César Amadori escribió, con su nombre o tras pseudónimos, muchos de sus films. El también partió a fines de octubre 1956, pero en su caso a España, con esposa e hijo y “por largo tiempo” (Heraldo, pág. 314): el más entusiasta “descamisado” en pos de un “peronismo eterno” se fue, en realidad, por las dudas; hombre inteligente, tomó nota de que ya no era tan grata su presencia en la Argentina de aquellos días].

Benito Khâmelass

FILMS MENCIONADOS:
Después del silencio (Lucas Demare, 1956)
Flor de durazno (Francisco Defilippis Novoa, 1917)
Flor de durazno (idem, Miguel Zacarías, MX, 1945)
Flor de durazno (Emilio Gómez Muriel, MX, 1969)
La fuga (Luis Saslavsky, 1937)
Medianoche
(idem, Tito Davison, MX, 1948)

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