sábado, 5 de abril de 2025

DEMOLICIONES / EN PRIMERA PERSONA

Refutación de un lector
a los autores de Más allá del olvido

No se trata del film de Hugo del Carril (1955) ni tampoco de los dos tomos del libro (2013) en el que se recopilan entrevistas, sino de otro libro que, aparte ignorar el cercano antecedente del de Guillermo Russo y Andrés Insaurralde, lleva como subtítulo Una historia crítica del cine fantástico argentino (Ediciones CICCUS – Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica, Buenos Aires, 2019), ganador de uno de los premios del 3º Concurso Nacional y Federal de Estudios sobre Cine Argentino, discernido por un jurado que integraban Paula Félix-Didier, Luis Ormaechea y Marcos Vieytes.

   Su autor es como los tres picos del sombrero alarconiano o como las tres caras de la Eva interpretada por Joanne Woodward en un film de los 50, es decir, aparece firmado por Angel Faretta, Diego Avalos y Melina Cherro pero su texto no distingue el aporte de cada uno, lo cual, en principio, es fascinante porque, en una época signada por grietas diversas, es sorprendente que tres personas piensen y escriban todo al unísono. A pesar de que la solapa del libro me deja en claro que Faretta es quien imaginaba que fuera, durante la lectura tuve mis serias dudas: el que conocí y con quien compartí redacción (La Voz del Pueblo, 1982-1983, pasquín de breve existencia e infausta memoria) detestaba todo cine de la América latina, todo cine argentino –excepto el de Adolfo Aristarain, al menos hasta que hacia 1983 su amigo no le filmó un guión suyo titulado “De muerte natural”– y todo cine en general excepto la obra de auteurs como Fuller, Dwan, Tourneur, Ray y otros por el estilo que ya habían sido bendecidos por los Cahiers du Cinéma en su más cruda etapa marihuanera. Es saludable que las personas renueven sus puntos de vista.

   Un ligero paseo por diccionarios, enciclopedias y libros de cine revela que el término “fantástico” alude a algo creado por la fantasía o la imaginación, a algo increíble, imaginario, quimérico, alegórico, esto es, todo lo opuesto al realismo. En cine, films fantásticos son los que ofrecen vampiros, fantasmas, momias que caminan, zombies, planetas intergalácticos y a hombres invisibles, arañas, murciélagos o súper, por dar unos pocos ejemplos clásicos. Pero este Más allá del olvido no se conforma con desplegar explicaciones e interpretaciones acerca de lo fantástico transitado y bien digerido: el autor tricéfalo debe haber pensado algo así como que “ya Diego Curubeto publicó en 1996 Cine bizarro –100 años de películas de terror, sexo y violencia–, por lo tanto voy a intentar otra cosa, más cool”. Entonces atinó a dos premisas: 1) escribir en un idioma extraño, cual es la semiología, engendro universitario que dominan los universitarios para lucirse ante universitarios y que está plagado de palabrejas tales como diégesis, otredad, locus, alteridad, mitologema y, créase o no, verosimilismo (la Real Academia Española, agradecida por el aporte) además de otras tan peludas –Tito Vena dixit– como ésas; 2) puso el acento en forzar un vínculo entre el cine fantástico con otro de los subgéneros habituales, el melodrama, término éste que en su origen denominaba a una ópera pero con los años devino un “drama de carácter popular de fuertes emociones”, según el Nouveau Petit Larousse Illustré de 1952, mezcolanza que el autor explica como “un cine que parte del melodrama para trasladarse al terreno del fantástico, una vecindad que el propio melodrama como género produce”, agregando que el cine argentino “no se ha arrojado al género fantástico de manera directa. Esta relación intermedia con el fantástico trae como resultado la aparición del género a través del melodrama, fundamentalmente”.

   Hasta aquí, todo bien: el autor no tiene la culpa de que la mayor parte de los seres humanos desconozcamos la semiología y quedemos fuera de algunas de sus interpretaciones, y además tiene todo el derecho a interpretar lo que le plazca como le plazca, a entremezclar lo fantástico de un subgénero con el realismo del otro; es igual a como suele decirse de un programa televisivo: si no nos gusta podemos cambiar de canal. En el caso de este lector en particular, acepto mis limitaciones académicas, a pesar de las cuales persistí hasta el final del libro, menos porque me “entretuviera” o me interesara que por saber hasta dónde el autor se atrevía a llegar. Y en plena etapa de lectura me topé con la siguiente definición, que subrayé de un breve texto de Pablo Gianera en La Nación (4.12.2019, pág. 32): “Ya la semiología nos enseñó hace bastante que detrás del primer sentido (y a veces delante de él) hay un segundo sentido llamado connotación. En lo que se dice siempre hay algo más que lo efectivamente dicho”. Hombre, haberme enterado antes…

   El capítulo 4, por ejemplo: fallecido en 1954, Manuel Romero podría, por acción de un fantastique muy voluntarioso, revolverse en su tumba si leyera que parte de su cine es asimilado al subgénero. Pocas filmografías, al menos en el cine argentino, son tan ultra realistas como la suya, por lo que vincularla al fantástico es caprichoso. Los dos films que cita son tan realistas como sus restantes cincuenta: en Una luz en la ventana acude a los tópicos habituales del subgénero de terror (pueblo alejado; casa solitaria, misteriosa y de mala fama temida por los lugareños; científico loco y deforme; sirviente sordomudo) en una historia que resulta una variante de “la bella y la bestia”, y una prueba de que Romero no se la tomó muy en serio es la frase que le hace decir al sargento Pedro Pompilio: “Esas películas de Boris Karloff están haciendo mucho mal a la gente”. En cambio, Historia de crímenes, otra supuesta incursión del cineasta “en el género puramente fantástico” –afirmación que el autor luego no desarrolla en absoluto–, ni siquiera pertenece al terror sino que ofrece a Narciso Ibáñez Menta como un viejo banquero (con sucursales en el interior) apasionado por la vedette Zully Moreno, con obvios ecos de Der Blaue Engel. Curioso que el autor no advirtiera esta similitud y sí repitiera, por enésima vez, que La rubia del camino “es una versión de Sucedió una noche”, titulo este último que es el que recibió en España el célebre film de Capra It happened one night (1934), lanzado en la Argentina como Lo que sucedió aquella noche. Lo mismo podría decirse respecto de la interpretación que el autor ofrece de ciertos films de Christensen, Saslavsky, Schlieper, Soffici, Hugo del Carril y Tinayre. Capricho puro.

Una luz en la ventana

   Todo el asunto remite en demasiadas oportunidades a “Edgar Poe” como nombre fundacional del fantástico y a John Carpenter como su casi alter ego cinematográfico y contemporáneo, pero se empecina en ignorar que desde siempre el primero es citado como Edgar Allan Poe, aunque la ausencia del Allan compensa de algún modo la redundancia de mencionar como Luis José Moglia Barth a un cineasta que eligió, ya desde sus films mudos, firmar apenas como Moglia Barth. El libro aporta un atrevimiento cierto como es el de catalogar de homosexuales a Christensen, Saslavsky, Ayala y Arancibia, cuestión sensible que, aunque sabida o intuida por los observadores del cine aborigen, nadie antes se atrevió a mencionar con todas sus doce letras, y mucho menos en épocas en que regía la dictadura del Instituto Nacional Contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) y la así llamada “corrección política”, mucho peor que aquel, a quien nadie le presta demasiada atención, tan poca que fue convenientemente cancelado en 2024. Ofrece también cierta vocación border, tanto como para épater les cinéphiles: así, Más allá del olvido es “el mejor film del cine argentino” (pág. 54); Mario Soffici es “todavía hoy, el más grande y más completo autor de la historia del cine argentino” (pág. 83) pero Barrio gris es, sin embargo, “uno de sus peores films” (pág. 62); Carlos Schlieper es “un director menor” (pág. 81); Cuidado con las colas es una de las “extraordinarias comedias que necesitan urgente revisión” (pág. 124); María Concepción César es “junto a [sic] Olga Zubary, la actriz más grande de la ficción cinematográfica argentina” (pág. 148). En cambio, atribuye a la ausencia de la mayor parte de los films mudos el hecho de que ese período silente sea “fantástico” ya que los “fragmentos desordenados” de lo que restó “hacen que el cine mudo sobreviva como suerte de sueño o de pesadilla, y de ahí su carácter fantástico”. Temerario, el autor.



   De todo lo cual he llegado a la siguiente conclusión: este Más allá del olvido es un libro profundamente kirchnerista, no en un sentido político militante (aunque el autor manifiesta más de una vez su posición anti liberal) sino por una frase muy reveladora de esa “filosofía” –es tan sólo una manera de decir– que aparece en la página 74 (“Es lo que hace la Argentina con sus personajes históricos y con sus grandes movimientos sociales. Los utilizamos menos por lo que son que por lo que nosotros queremos que sean”). O, dicho en palabras tomadas a Joaquín Morales Solá (también en La Nación del 4.12.2019, pág. 10), escritas a propósito de la vicepresidente Elisabet Fernández, “Su decisión de ignorar los hechos (es decir, las muchas pruebas que la condenan) le permite convertir sus inferencias en verdades absolutas”.

   Sin embargo, el rasgo más curioso del libro reside en que el autor estaba tan ocupado en encontrar elementos fantásticos en films que de ninguna manera los contienen –como los de Los Cinco Grandes del Buen Humor, los de Bo-Sarli (excepto Embrujada, pero éste no es argentino sino 100% brasileño) o las comedias de Carreras de los 50–, que pasó por alto muchos que sí lo son, con los que bien podría encarar un Más allá del olvido (Parte II). A saber:

La niña del bosque (Emilia Saleny, 1917), Los cisnes encantados (Francisco Defilippis Novoa, 1919, sobre Hans Cristian Andersen) y Angustia (Luis Ortiz Behety, 1929, en apariencia sobre un texto de nadie menos que Poe, Edgar Allan), films de los que no hay copias disponibles pero sí crónicas en diarios y revistas de la época, aunque, claro está, consultarlos es demasiado trabajoso.

Malambo (Alberto de Zavalía, 1942), temprano ejemplo de fantástico folklórico pre realismo mágico.

La piel de zapa (Bayón Herrera, 1943), adaptación de la novela de Balzac La peau de chagrin en la que Hugo del Carril interpreta a un hombre que, agobiado por la muerte de su padre (que lo dejó en la miseria) y por el rechazo de la mujer que ama, está dispuesto a cometer suicidio cuando un anticuario le ofrece la dichosa piel, ante la cual ríe tan falsamente como pocos actores lo han hecho en el cine mundial. Con esa piel, que acepta, Carril puede realizar todo lo que desea, cual lámpara de Aladino, pero a costa de ver poco a poco reducida su vida, casi como en el mito de Fausto. Mientras tanto, el rulo que Oscar Marchesi debía rizarle a diario se mantiene imperturbable y no cede ni ante los horrorosos diálogos que resultan más falsos que el film mismo.

Dos ángeles y un pecador (Luis César Amadori, 1945), con algunos personajes que son ángeles caídos del cielo para custodiar a otros personajes.

El retrato (Schlieper, 1947), con una abuela muerta bajando de un cuadro y metiéndose en el cuerpo de su nieta.

El hombre que amé (Zavalía, 1947), con mansión ominosa en la que se practica la trasferencia de un tío a un sobrino, según el relato Le retour de Lazaro del estadounidense Guy Endore, un film-clave para el estudio del fantástico.

Cita en las estrellas (1948), del mismo equipo de El retrato (Schlieper, Verbitsky & Villalba Welsh), con Thorry tocando la mandolina y su viuda intentando morir para estar cerca suyo.

Mi vida por la tuya (Roberto Gavaldón, 1948), basado sobre una pieza teatral del italiano Alessandro De Stefani, film curioso por su constante tono de pesadilla.

Historia de una noche de niebla (José María Blanco Felis, 1949-1950), con pareja juvenil en amores encontrados que sólo se unen tras su muerte, en “el más allá”.

El regreso (Leopoldo Torres Ríos, 1950), el mayor ejemplo de fantástico de aquellos tiempos tan realistas: entremezcla a Dios con el Diablo, a Landrú con Jack the Ripper, a Cleopatra con Nerón, Mesalina y César Borgia. Ningún libro sobre cine fantástico debería omitir este raro film.

La comedia inmortal (Catrano Catrani, 1950), con personajes de ficción que “salen” de los libros en auxilio de la pareja romántica.

El gaucho y el Diablo (Ernesto Remani, 1950), versión del clásico The botlle imp de Stevenson.

Mi divina pobreza (Alberto D’Aversa, 1951), en el que un millonario infeliz, antes de cometer suicidio, regala una interesante suma a un pobretón para demostrarle que el dinero no hace la felicidad; luego, convertido en fantasma y para acceder al Paraíso, lo ayuda a utilizar ese dinero y a conquistar a Elina Colomer.

• Un ángel sin pudor (Christensen, 1952), con Susana Freyre como un ángel con permiso para corporizarse por apenas 48 horas.

Todo el año es Navidad (Román Viñoly Barreto, 1959), con Santa Claus corporizándose para solucionar los entuertos de los personajes.

Sangre de vírgenes (Emilio Vieyra, 1967), Los vampiros los prefieren gorditos (Gerardo Sofovich, 1973), Tiempos duros para Drácula (Jorge Darnell, 1975) y Vivir mata (Bebe Kamin, 1990), cuatro de vampiros argentinos berretas.

• Los dos únicos films dirigidos por Miguel Bejo, La familia unida esperando la llegada de Hallewyn (1971, sobre Ghelderode) y Beto Nervio contra el poder de las tinieblas (1978, con un personaje de historieta resolviendo el asunto central).

• Aparte Un viaje al más allá, citado por el autor, los otros cuatro films producidos en la Argentina por Enrique Torres Tudela, todos ellos con abundantes elementos del fantástico: La ruleta del Diablo (Carlos Cores, 1967), Allá donde muere el viento y Seis pasajes al Infierno (Fernando Siro, 1975, filmados al mismo tiempo) y House of shadows (Ricardo Wulicher, 1976).

Los viernes de la eternidad (Héctor Olivera, 1980), con Héctor Alterio volviendo de la tumba para joder a su mujer y a su nuevo amante.

• Algunas de las coproducciones estadounidense-argentinas producidas por Roger Corman, todas del más puro fantástico: Deathstalker (James Sbardellati [John Watson], 1983), The warrior and the sorceress (John Broderick, 1983), Wizards of the lost kingdom (Olivera, 1983), Barbarian queen (Olivera, 1984), Amazons (Alex Sessa, 1986) y Deathstalker II (Jim Wynorski, 1986), a las que hay que sumar Stormquest (Sessa, 1987), hecha fuera del convenio con Corman.

• Clones aborigenes de fantásticos estadounidenses, como Los extraterrestres (Carreras, 1983) y otros, derivados de ET, y como Mingo y Aníbal contra los fantasmas (Carreras, 1985) y otros, derivados de Ghostbusters.

Otra esperanza (Mercedes Frutos, 1984), según el cuento de Bioy Casares en el que el sufrimiento humano es reconvertido en energía eléctrica.

Los espíritus patrióticos (María Victoria Menis y Pablo Nisenson, 1988), con varios muertos ilustres convocados para tomar el poder.

Cuerpos perdidos (Eduardo de Gregorio, 1988), otro ejemplo insoslayable, con ecos de Poe –Edgar Allan– y de Henry James.

Buen viaje (Fernando Musa, 1989-1990, video), con un hombre que conoce a una mujer que resulta que había muerto dos años antes.

Matar al abuelito (Luis César D’Angiolillo, 1991), historia naturalista con final fantástico.

• Con dudas, algunos de los films de Pablo César: Equinoccio (1990), Fuego gris (1992-1993), Unicornio (1996), Afrodita (1998).

Plaga zombie (un grupito de pendejos irreverentes, 1996) y los videos que lo continuaron.

La sonámbula (Fernando Spiner, 1997), alegoría futurista, también insoslayable en toda antología que se precie de tal.

• Los tres largos de Alexis Puig: Vendado y frío (1998), No muertos (1999) y Enamorada de la muerte (2005).

Yo no sé qué me han hecho tus ojos (Lorena Muñoz y Sergio Wolf, 1998-1999, video), fantástico de manera tácita.

   Y me detengo, con prudencia, ante la producción del siglo XXI que, para mí –y siguiendo el postulado del autor acerca del cine mudo– debería ser toda fantástica puesto que vi muy pocos films de entre los centenares hechos desde 2000.


Como la mayor parte de los libros que se ocupan del cine vernáculo, éste Más allá del olvido también incurre en diversos errores, inexactitudes y flagrancias además de repetir ¡una vez más! conceptos que ya eran falsos cuando fueron escritos por primera vez, hace mucho más de medio siglo. A saber:

Pág. 34: “Período de oro” es uno de esos latiguillos tan erráticos cuan maricones, que alude a los años 30 y 40, aunque con justa razón podría ser aplicado a otros de abundante producción y grandes éxitos comerciales (la generación del 60, los años inmediatos a la recuperación del estado democrático, el nuevo cine argentino de los 90). En la pág. 132 el autor incurre en otra tilinguería asimismo habitual, la del “film de culto”. En esa misma página escribe que “Edmo Cominetti, Nello [sic] Cosimi, García Velloso venían del teatro, de la revista, del vaudeville”, breve frase que hace agua por varios agujeros: Cominetti fue actor teatral sólo en sus inicios y en forma esporádica, pero abandonó las tablas cuando descubrió el cine; Cosimi llegó al cine sin ninguna experiencia teatral y sobre el escenario apenas animó dos breves sketches que representaba en salas de cine acompañando sendos films suyos; Enrique García Velloso sí era un hombre de teatro, autor, director y empresario, pero nunca hizo revistas ni vaudeville. Y asegura que “en esa misma época” (la del cine mudo, años 20, creo entender) Romero era director del Maipo: citando a cierta abogada exitosa, bad information, señor autor; en una obra que excede el centenar de piezas escritas, gran parte de las cuales eran revistas, Romero estrenó en casi toda sala disponible en Buenos Aires, el interior y Montevideo, con una extensa y destacada permanencia en los teatros Sarmiento y Porteño, pero en el Maipo produjo apenas nueve: En el fango de París (22.2.1923), La historia del año 31 (4.12.1931), ¡Pa el 32 esto es jauja! (29.12.1931), ¡Hay que embromarse con Parra! y ¡Ahora va a correr el vento! (15.4.1932), Turistas en Buenos Aires y Allá en el año 2000… (18.7.1952) y Las revistas de antes no usaban gomina y Pasajeros para Marte (12.12.1952). Por otra parte, nunca fue empresario de esa sala, históricamente regenteada por su dueño Humberto Cairo y más adelante por Amadori. Romero era empresario de compañía, no de sala.

Pág. 36: “Las comedias de Romero, y los melodramas y policiales de Christensen eran los géneros fuertes” de Lumiton: ¿y qué de las comedias naïves de Francisco Mugica, la tercera pata de esa compañía? En cuanto a la General Belgrano de los hermanos Carreras, era una compañía productora y distribuidora, pero no contaba con estudios propios.

Pág. 41: Romero y Gardel no se conocieron en Francia, ya eran amigos del hipódromo y de la noche desde al menos 1923, cuando Gardel comenzó a grabar discos con temas escritos por Romero. Por otra parte, desde Di Núbila se insiste en que Thorry “reemplazó” a Gardel en El caballo del pueblo: lo cierto es que, en efecto, Romero ofreció ese personaje a Gardel, quien lo rechazó porque estaba taponado de actuaciones en su gira continental y no porque “muere en el camino”; de hecho, el film ya estaba rodándose en mayo 1935 y Gardel falleció el 24 de junio siguiente. De lo cual se desprende que las tan a la moda fake news ya existían al menos desde 1960, año de publicación de la Historia del cine argentino de Domingo Di Núbila. El dato con la versión real ya estaba en la biografía de Romero escrita por Insaurralde (pág. 11), pero el autor no incluye este libro en la bibliografía a pesar de dedicar buena parte de su trabajo a ese director.

Pág. 43: La pensión de estudiantes y empleadas no fue un invento de Romero aunque éste lo popularizó, sino que ya había una –tan chismosa como las suyas– en Hasta después de muerta, con lo que se retoma el asuntillo del más puro desconocimiento del cine mudo, menos por la falta de los films –y ése en particular puede ser visto todavía hoy– que por la falta de voluntad para investigar ese período.

Pág. 49: De ninguna manera Apold “trajo” a Tourneur a filmar a la Argentina, como lo recuerda el cineasta mismo en declaraciones reproducidas en el Catálogo de la 36ª edición del Festival Internacional de Cine, San Sebastián, 1988: “En realidad era Henry King el que debía realizar Way of a Gaucho, pero tres días antes de comenzar el rodaje renunció a ello. El guión, el reparto y los técnicos estaban ya preparados. Entonces Zanuck me telefoneó y me dijo: «Henry King acaba de abandonar la película. Usted sale para la Argentina en tres días». Así que me marché. Quería a Jean Peters porque la actriz era la ideal para ese papel, el de una chica llena de vitalidad, con sangre española, nada que ver con el tipo de mujer de Gene Tierney, pero una vez más, era demasiado tarde”. Tampoco es a Apold a quien “debemos” que The avengers fuera filmado en la Argentina, sino a la Republic Pictures Corporation hollywoodense, única productora del film, que de ningún modo es una coproducción ni tampoco fue rodado en 1950 sino entre marzo y mayo 1949 y estrenado en Buenos Aires el 1.9.1955. Asimismo es inexacto que “la política del peronismo ayudó al desarrollo cinematográfico de países que no contaban con producción propia” y que, “en este sentido”, Christensen fuera “enviado” a Venezuela: el arreglo con la Bolívar Films fue gestado y ejecutado por el dueño de esa empresa –que producía de cuando en cuando desde 1945–, L. G. Villegas Blanco, poderoso distribuidor y exhibidor, y por el productor argentino Enrique Faustín, quien, en todo caso, fue quien “envió” a Christensen, por lo cual el resto de ese malhadado párrafo carece de sentido. [En famosa anécdota, Mae West sube a un ascensor, recargada de enceguecedoras joyas: una pasajera la mira y exclama “¡Dios mío!”, a lo que West, socarronamente, responde “Querida… Dios no tuvo nada que ver con esto”. Igual que Apold].

Fernando Lamas y Osvaldo Miranda en foto promocional de The avengers

Pág. 57: En la copia de No abras nunca esa puerta que vi reiteradas veces no me parece que Inés Murray “debe” hacer lo que hace, sino que decide hacerlo obligada por las circunstancias, aunque coincido en que esa secuencia es “cine en estado puro”. En el mismo film y en el mismo episodio (El pájaro cantor vuelve al hogar –El dolor–), tampoco me parece que Roberto Escalada terminó “convertido en un maleante” sólo “por haberse ido de la casa y estar alejado de su madre”: más bien creo que ese personaje es uno de los más desalmados que ha dado el cine argentino; robando a Oliver Stone, es un natural born killer.

Pág. 68: El autor decidió arbitrariamente que en Más allá del olvido (el film) la familia del protagonista pertenece a la “alta clase estanciera”, pero allí no se aporta dato alguno en tal sentido: es gente muy rica y su dinero puede provenir de cualquier negocio, incluyendo las estancias.

Pág. 69: En ocasiones intuyo que algunos historiadores/investigadores/críticos no ven los films que comentan: Vidalita se viste de varón para no decepcionar a su abuelo, que no la conoce y espera la llegada de un nieto de ese sexo, por lo que los indios nada tienen que ver en el asunto.

Pág. 80: La orquídea no fue el “único trabajo en la Argentina” de Le Vigan: de inmediato filmó Río Turbio. El actor tampoco “huyó a nuestro país”, sino que tras pasar detenido cuatro años escapó de la cárcel en 1949 y antes de venir a la Argentina trabajó un tiempo en España, donde filmó dos largometrajes.

Pág. 93: Si Diez segundos es una producción “todavía secreta” será porque el autor –cuyo comentario denota que sí la vio– exhibe la arrogancia del tipo “yo descubrí este film y todos los demás son unos idiotas que no supieron «verlo»”. Además, si en efecto lo vio debiera haber prestado atención a los títulos de crédito, que informan de manera contundente que el director es Alejandro Wehner y que Carlos D’Agostino fue apenas el codirector (en caracteres mucho más pequeños) y también el jefe de producción y el relator off.

Pág. 95: Hugo del Carril se llamaba Piero Bruno Hugo Fontana Bertani y jamás tuvo vínculo societario con Producciones Tecuara SACIIF, que integraban León Silberman (presidente), Pedro Livschitz (vicepresidente) y Francisco Carcavallo, Alberto Soifer, Enrique Faustín y Carlos R. Costa (directores): la empresa produjo seis films entre 1959 y 1962, tres de los cuales fueron dirigidos e interpretados por Carril, Culpable, Esta tierra es mía y Amorina, en ese orden.

Pág. 98: “Tito Rivero” siempre fue “Tito Ribero” excepto en un par de títulos en los que aparece erróneamente acreditado.

Pág. 105: Otro caso flagrante de asociación caprichosa: la secuencia de Amorina que transcurre en el Sunset Club de Olivos fue rodada allí porque el jefe de producción Luis Oscar Giudici consiguió esa localización y no otra, y no para asociar su nombre con el ocaso mental de la protagonista, ya que ni siquiera Hugo del Carril hilaba tan fino… Entre La delatora en 1955 y Digan lo que digan en 1967 ese popular club nocturno de la zona Norte fue escenario de no menos de una decena de films.

Tita Merello en Amorina

Pág. 108: El bruto es, por cierto, un film “curioso”, pero nunca “inédito”, ni en ése ni en ningún otro momento: fue rodado entre julio y septiembre 1961 y estrenado en tiempo y forma el 3.5.1962 en el Gran Rex. Resultó un fracaso espectacular, con apenas una semana en cartel, pero en años posteriores fue emitido por TV en numerosas ocasiones.

Pág. 118: El mismo título lo explica: La Cigarra no es un bicho sino una “amueblada”, por lo tanto La Cigarra debe ir en mayúsculas. En cuanto a Kuma-Ching, no fue “filmada en Hong Kong” sino que allí fueron rodadas unas pocas tomas –un capricho de Tinayre que costó fortunas al Canal 13– que insumieron menos de una semana de las 19 totales de rodaje. Por otro lado, si se me informa que Bajo un mismo rostro fue concebido y pensado para “conquistar mercados externos”, al español Mistral el autor debería haber agregado al best seller francés Guy des Cars y a los actores mexicanos Ana Luisa Peluffo y Wolf Rubinsky.

Pág. 127: Extraña invasión es un film 100% local de Productores Argentinos Asociados SRL, empresa que aportó vía Orestes Trucco algunos dólares estadounidenses: en su origen iba a ser coproducida por la Caldwell Pictures Corporation (que sobre la marcha devino Gerald Productions, Inc.), con sede en Nueva York, cuyos socios eran Gerald “Gerry” Auerbach, David Savage, Louis Mucciolo y Trucco, pero tras terminar el rodaje Trucco absorbió capitales y deudas integrándolos a su empresa porteña.

Pág. 147: Leopoldo Torre Nilsson colaboró en varios films de su padre desde 1939 indistintamente acreditado como asistente de dirección, asistente de montaje, director técnico, director artístico, guionista y codirector, pero dirigió con Torres Ríos apenas dos films: El crimen de Oribe, el primero, es ya desde la elección del relato de Bioy y de la escritura en solitario del respectivo guión un film que denota la mayor responsabilidad del hijo, a la que el padre respaldó con su nombre y su prestigio ante los dueños de Estudios Mapol, que lo produjeron, todo lo contrario del segundo, El hijo del crack, que por su temática y espíritu es más afín al padre.

   Para acabar de una vez (¡uf!): todo lo escrito por el autor tricéfalo en ese libro y todo lo escrito por mí como su refutación finalmente carecen de la más mínima importancia, habida cuenta de la invisibilidad del libro en cuestión, que como todas las publicaciones del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales están imposibilitadas de ser vendidas en librerías y kioscos y devienen, por lo tanto, en objetos sólo pasibles de ser consultados en alguna biblioteca pública o bien en hacerse amigo de algún funcionario y conseguir una copia gratarola.

OTROS FILMS MENCIONADOS
Amorina (Hugo del Carril, 1960)
The avengers (Los vengadores, John H. Auer, EEUU, 1949)
Bajo un mismo rostro (Daniel Tinayre, 1961)
Barrio gris (Mario Soffici, 1954)
El bruto (Rubén W. Cavallotti, 1961)
El caballo del pueblo (Manuel Romero, 1935)
La Cigarra no es un bicho (Daniel Tinayre, 1962)
El crimen de Oribe (Leopoldo Torres Ríos y Leopoldo Torre Nilsson, 1949-1950)
Cuidado con las colas (Julio Saraceni, 1964)
Culpable (Hugo del Carril, 1959)
La delatora (Kurt Land, 1955)
Diez segundos (Alejandro Wehner, 1949)
Digan lo que digan (Mario Camus, A/E, 1967)
Esta tierra es mía (Hugo del Carril, 1960)
ET –The Extra-Terrestrial (ET –El extraterrestre–, Steven Spielberg, EEUU, 1982)
Extraña invasión (Emilio Vieyra, 1965)
Ghostbusters (Los cazafantasmas, Ivan Reitman, EEUU, 1984)
Hasta después de muerta (Florencio Parravicini, 1916)
El hijo del crack (Leopoldo Torres Ríos y Leopoldo Torre Nilsson, 1952)
Historia de crímenes (Manuel Romero, 1942)
Kuma-Ching (Daniel Tinayre, 1968)
Una luz en la ventana (Manuel Romero, 1942)
Más allá del olvido (Hugo del Carril, 1955)
Mulher pecado (Embrujada, Armando Bo, BR, 1959)
No abras nunca esa puerta (Carlos Hugo Christensen, 1952)
La orquídea (Ernesto Arancibia, 1951)
Río Turbio (Alejandro Wehner, 1951)
La rubia del camino (Manuel Romero, 1938)
The three faces of Eve (Tres caras tiene Eva, Nunnally Johnson, EEUU, 1957)
Un viaje al más allá (Enrique Carreras, 1963)
Vidalita (Luis Saslavsky, 1948)
Way of a gaucho (El camino del gaucho, Jacques Tourneur, EEUU, 1951-1952)

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