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Alboroto en el palacio del cine
“La corrupción del poder es tan contagiosa,
que cuando invade un cuerpono deja un solo
miembro libre, y luego sigue transmitiéndosealrededor, de tal
manera, que todos vienen a quedar infestados, si se descuidan”.Roberto
J. Payró, Pago Chico (1908).
No
se trata de Palacio del Cine, la tradicional sala de Almagro, en la avenida
Rivadavia 3636, desde hace años reemplazado por el “bar y café, sala para
recitales” Acatraz, sino del últimamente muy mentado Instituto Nacional de Cine
y Artes Audiovisuales (INCAA).
Casi setenta años antes, el Instituto
Nacional de Cinematografía (INC) fue creado por el decreto-ley 62/57 para “el
cumplimiento de las disposiciones del presente decreto-ley y de los que se
dicten en su consecuencia”: fue difundido el 1.1.1957 y era muy esperado por la
gente de cine, que reclamaba una ley que rigiera el futuro de la industria,
hasta ese momento librada a sus fuerzas o protegida sólo en forma esporádica.
Casi podría asegurarse que desde el momento mismo de su nacimiento propició, aparte los beneficios emanados de la ley (exhibición obligatoria, recuperación industrial, fondo de fomento, créditos a tasas de interés muy bajas, premios anuales a la calidad, concursos de argumentos), la posibilidad de que fuera vehículo para todo tipo de trapisondas rayanas en el delito, cuando no directamente caídas en él: corruptelas, sobornos, favoritismos. Siempre fue así, porque así somos los argentinos: cancheros, vivos, codiciosos, coimeros, buscando el camino más fácil para evadir toda ley, toda reglamentación, todo código. Primero yo, como los tangos y el film de Ayala.
El INC cambió su denominación en los 90 por
la de Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), por lo que en
el resto de este artículo será designado como “el Instituto”. Tuvo infinidad de
funcionarios a cargo de la presidencia, la intervención, la dirección y otra
vez la presidencia, designaciones que variaban de acuerdo al paso de los años,
a los vaivenes de la política y al ego del destinatario: su primer presidente
fue Antonio Aíta. Algunos hitos ocurridos en esos años merecen ser rescatados.
• La primera gestión jamás sospechada de corrupción y al mismo tiempo entusiastamente celebrada fue la de Alfredo J. Grassi, y tal vez por ello la presidió apenas un año y nueve meses (1964-1966).
•
Hugo del Carril fue designado el 18.7.1973 y al mismo tiempo se le otorgó una
licencia especial pedida por él mismo alegando el cumplimiento de compromisos
artísticos en México, quedando en su reemplazo su colega y vicedirector Mario
Soffici. Carril renunció el 31.12 y Soffici fue ascendido a director días más
tarde, aunque también él renunció un año después.
•
La gestión dirigida por Manuel Antín (1983-1989), tampoco sospechada de
irregularidades, puso el acento en el apoyo a jóvenes realizadores y en la
difusión internacional del cine argentino, cuyos films nunca antes habían
llegado de forma tan masiva a los festivales. Así, otorgó créditos de manera
indiscriminada, con el resultado de que gran parte de ellos quedaron impagos:
un caso que conozco de primera mano fue el de mi amigo Rodolfo Mórtola, quien
sufrió el rotundo fracaso de su opera
prima El dueño del sol (1986) con 2.744 entradas vendidas en todo el año
1987, obtenidas en los siete días en que se mantuvo en cartel en las tres salas
que lo estrenaron; imposible devolver el préstamo, hasta que una moratoria, ya
en el siglo siguiente, le permitió cancelar la deuda mediante una módica suma.
Nada de ello era nuevo, sin embargo: el Heraldo
del Cinematografista informaba en su edición del 9.1.1963 que el Instituto
“envió telegramas colacionados a los productores que se encuentran en mora,
urgiéndoles la cancelación de los préstamos que se les acordaron para filmar.
Lo que deben pagar al INC deudores morosos que ya han explotado sus películas
sumaría varias decenas de millones de pesos”.
•
El gobierno de Carlos Menem designó a René Mugica, uno de los hombres más
respetados y honorables de toda la larga historia del cine nacional, pero
apenas pudo ejercer la dirección por tres meses hasta que un virtual “golpe de
estado” interno (5.10.1989) arteramente operado por el subdirector Octavio
Getino desde la Secretaría de Cultura hizo que René, en un insólito gesto de
dignidad, prefiriera renunciar.
•
Getino era una especie de héroe por dos razones: haber asistido a Fernando E.
Solanas en algunos films de los 60 y los 70 y, muy especialmente, haber sido,
aunque por poco tiempo, el funcionario que, al frente del Ente de Calificación
Cinematográfica (ECC), liberó una gran cantidad de films hasta aquel momento
(1973) prohibidos. Sin embargo, su paso por el Instituto mostró la cara oscura
del hombre de las utopías, las gestas y las reivindicaciones
“latinoamericanistas”. El petit scandale
fue recordado por Getino años más tarde, con un cinismo a prueba de balas, de
la siguiente manera: “Cuando me tocó asumir la dirección del Instituto, una vez
que renunció René Mugica, a quien recuerdo y aprecio mucho (…)”. Un año más
tarde y tras negarse a renunciar como se lo habían pedido sus superiores,
Getino fue echado mediante un decreto firmado por el subsecretario de Cultura
de la Nación Julio Bárbaro dado que, dijo, en un año de gestión “lo único que
obtuvo fueron críticas: estaba ya un poco cansado de la manera de comportarse
de esos izquierdistas del Instituto. Yo le advertí a Getino y hubiera preferido
que se fuera por la puerta de adelante y no del modo como lo tengo que sacar” (La
Nación, 25.11.1990). Bárbaro, cabe aclararlo, no era un imperialista agente
de la CIA sino un peronista de paladar negro, esto es, un “peronista de Perón”
y hasta había sido entrevistado por Getino para La hora de los hornos (Solanas, 1966-1968).
•
El interinato de Julio Márbiz (1991-1999), designado por Menem en su segunda
presidencia, estuvo signado por polémicas, sospechas de alta corrupción, la
imposición del nuevo nombre del organismo, la decisión de retomar el Festival
Internacional de Cine de Mar del Plata perdido desde la 10ª edición (1970), el
alquiler del viejo cine Suipacha y su conversión en el “complejo” Tita Merello
y la total remodelación, a niveles de lujo y confort, del viejo edificio de
Lima 319, en el que trabajaban sus empleados desde los primeros días de 1963,
luego de haberlo hecho en Junín 1276. En los siguientes años, los funcionarios
y empleados designados por cada nuevo director se fueron superponiendo cual
capas geológicas al punto de que el organismo tuvo que alquilar o adquirir una
infinidad de locales u oficinas aledaños. Chas de Cruz ya lo advertía en una
columna personal (“En pocas palabras”) del Heraldo
del 14.8.1963: “La industria se encuentra en virtual estado de inanición, y el
resultado es un monstruoso ente burocrático –el INC– con más empleados a sueldo
y contratados que gente que trabaja en la industria, como se sabe”.
El lector interesado en una cronología
exhaustiva puede consultar el ejemplar del Heraldo
del Cine nº 2608 del 15.1.1982: del 82 en adelante, sálvese quien pueda. [Continuará]
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